La reciente ola de calor de récord que ha afectado el noreste de la Península Ibérica y el sur y centro de Francia, y el incendio de la Ribera d'Ebre que ha quemado más de 5.000 Ha, han coincidido con una siniestra efeméride: La ola de calor de Julio de 1994 que desató la que probablemente fue la peor oleada de incendios en la historia de España.
El invierno y la primavera de 1994 fueron muy secos, y al llegar los calores de verano, el bosque era un auténtico polvorín. Ya durante el mes de Junio los bomberos tuvieron que apagar multitud de incendios de poca importancia. El 2 de Julio, un rayo caído en un barranco inaccesible cerca de Villarluengo iniciaría el primer gran incendio de la temporada, que arrasaría parte del Maestrazgo turolense con 20.000 Ha quemadas hasta llegar a la frontera con Castellón. El 3 de Julio, los bomberos de la Generalitat de Catalunya tuvieron que pedir ayuda a medios franceses para sofocar sendos fuegos en la Cerdanya y el Pallars, dado que estaban concentrando esfuerzos en apagar dos incendios en el Bages y Tordera que ponían en peligro zonas habitadas. Pero el día 4 se desató el infierno.
Una potente ola de calor africana disparó el mercurio en la parte oriental de la península. Los registros alcanzaron los 47'2ºC en la ciudad de Murcia, los 45ºC en el interior de Alicante (con 41'4º en la ciudad), y los 43 en el interior de Castellón y Catalunya. Todo eso con unas humedades bajísimas y un fuerte viento de poniente, condiciones para que la más mínima chispa pudiera encender el bosque. Y así sucedió.
Más de 200 incendios se declararon ese día, la mayoría en la costa mediterránea, dibujando un arco de fuego, humo y ceniza desde Tarifa hasta la Jonquera. En Málaga, un incendiario prendió fuego en la Sierra de las Nieves, donde murieron dos bomberos al estallar su vehículo autobomba debido a las altas temperaturas y ardieron más de 2.000 Ha. Otros incendios se declararon en la Sierra de los Filabres (Almería), en Tarifa y en Motril, arrasando más de 8.000 Ha.
En un lugar recóndito de la Sierra de Moratalla, en Murcia, el contacto de un pino con un tendido eléctrico inició un incendio que, para cuando los servicios de emergencia pudieron llegar hasta la zona, se había convertido en un imparable frente de llamas que se desplazaba a la vertiginosa velocidad de 100 metros por minuto. La falta de medios, abocados en otros incendios, y la concentración de esfuerzos en lugares sensibles, cercanos a las poblaciones de Calasparra y Moratalla, impidieron que el fuego se pudiera controlar hasta cuatro días más tarde, cuando ya habían ardido 30.000 Ha en el pulmón verde del Noroeste de Murcia, el peor incendio en la historia de la región.
Más caótica fue la situación en Catalunya. Los bomberos se vieron desbordados ante la avalancha de incendios que se desataron, algunos con resultado trágico. Tres excursionistas murieron en Collbató, cerca de Montserrat, al verse atrapados en el incendio que afectó la zona. Otro incendio en Sant Feliu de Buixalleu quemó 3.000 Ha, entre ellas, los bosques del santuario de Sant Miquel del Fai, y en Bigues i Riells los bomberos y vecinos de la zona se afanaban para evitar que las llamas se extendieran hacia el corazón del Montseny. Por si fuera poco, una fábrica pirotécnica estallaba en Canyelles, desatando una bola de fuego que prendería en el macizo del Garraf, con 1.500 Ha quemadas, aunque milagrosamente no hubo muertes.
Pero mientras los medios se concentraban en el área metropolitana de Barcelona, en la Catalunya central se estaba creando un auténtico monstruo. Un incendio iniciado en Sant Mateu de Bages y otro en Montmajor (Berguedà), debido al chispazo de un tendido eléctrico, se unirían en un único frente que ardería durante una semana, segando la vida de una persona, arrasando granjas y masías, dejando pueblos enteros aislados por las llamas, y quemando la friolera de 45.000 Ha, 30.000 de ellas forestales. Tras días de incansable lucha, los equipos de extinción lograron detener el peor incendio de la historia de Catalunya en La Quar, antes de que penetrara en los bosques del Prepirineo.
Aun así, la comunidad que se vio más afectada por la oleada de incendios fue la valenciana. En Millares, cuatro brigadistas y un voluntario, todos de la misma familia, y un concejal del pueblo perdieron la vida en las tareas de extinción del incendio declarado en el municipio que arrasó 26.000 Ha. Una colilla en Requena desató otro incendio en el que ardieron 25.000 Ha más. La quema ilegal de basuras estuvo detrás del incendio que calcinó otras 18.500 Ha en Fontanares, entre Valencia y Alicante. El 6 de Julio, un hidroavión se estrelló en la Sierra de Mariola (Alicante), en las tareas de extinción de un incendio que quemó 4.000 Ha, matando a 5 de sus 6 tripulantes. Otros dos muertos hubo en los municipios de Tous y Ortells, y otras 9.000 Ha ardieron en Penyagolosa (Castellón). Al acabar la semana, más de 100.000 Ha se se habían reducido a cenizas.
Como siempre ocurre en estas situaciones, cuando aún se estaban apagando los últimos rescoldos en los bosques, se desató una tormenta política entre administraciones centrales y autonómicas, que se achacaron mutuamente la descoordinación y la falta de medios; pero poco tiempo hubo para la crítica, dado que los incendios forestales fueron la tónica de aquel verano de 1994, especialmente en el sur de Catalunya y Aragón, donde murieron 4 bomberos. El riesgo de incendio duró hasta que en el mes de Octubre cayó torrencialmente toda la lluvia que había faltado los meses anteriores.
El balance final de 1994 fue desolador: 405.000 Ha de superficie forestal quemadas, el equivalente a la provincia de Álava. El 10% de la superficie forestal valenciana, el 5% de la murciana y el 3% de la catalana quedaron reducidas a ceniza. Las pérdidas se calcularon en 150.000 millones de pesetas. Y lo que es peor, 36 personas perdieron la vida en los diferentes incendios que azotaron la geografía española.
Y, ¿Cuál es la situación 25 años más tarde? En el caso de Catalunya, la Generalitat no se puso las pilas hasta que, 4 años más tarde, otro incendio arrasó 27.000 Ha en la parte del Bages que no se había visto afectada en 1994. Y lo cierto es que tanto los medios de prevención y extinción, así como la formación de los profesionales y los protocolos de actuación poco tiene que ver con los de aquel entonces. La población (almenos en la cuenca mediterránea, otro cantar es en Galicia y el Cantábrico), ha tomado mucha más conciencia respecto a los peligros del fuego en el bosque, aunque hasta que prohíban fumar en los coches siempre habrá inconscientes que arrojen colillas por las ventanillas. Los forestales revisan los días más calientes de verano las zonas más expuestas a posibles incendios y analizan las condiciones de los bosques, las empresas eléctricas revisan más a conciencia los tendidos eléctricos, y la telefonía móvil permite la rápida alerta de la declaración de un incendio a las autoridades.
Sí que es cierto que los recortes han mermado los medios y el personal en algunas comunidades, y que en condiciones favorables los incendios se pueden descontrolar hasta extremos pavorosos, como vimos el 2012 en el Empordà (Girona) y Cortes de Pallás y Andilla (Valencia); pero condiciones de sequía y calor extremo como los de 1994 se repitieron en Julio de 2015 y la semana pasada, todo eso con más superficie forestal y de peor calidad que aquel entonces. Y sin embargo, no se ha vuelto a reproducir en la cuenca del mediterráneo una situación como la de aquel verano. Con el cambio climático, las condiciones para que haya una oleada de incendios como la de 1994 se harán más frecuentes, está en la mano de todos nosotros y de las administraciones locales, autonómicas y central de que una tragedia como aquella no vuelva a repetirse.