Los canales de gas español con Marruecos e Irán, así como las exportaciones de petróleo árabe y africano, subiran como la espuma y con ellos el trabajo de nuestros queridos intermediarios Iberdrola, Repsol y el resto de las hidroeléctricas españolas.
Desde el punto de vista de un geoeconómico es sin duda la guerra que más nos puede favorecer. Nos convertiremos, junto con Francia, en la principal puerta de entrada de gas y petróleo a Europa, y esto, unido a la labor conciliadora que llevan a cabo el PSOE y Podemos con las potencias de todas las ideologías en Sudamérica, nos permitirá obtener suculentos beneficios en materia energética que redundarán en las arcas del Estado, al tiempo que se aprovecha el duro frío europeo. Ha llegado el momento de abordar la eficiencia energética y fijar objetivos elevados como país. A nadie le gustan las guerras, pero nosotros no las empezamos, no intervenimos y no tenemos la culpa. Más allá de la retórica sentimental, tal vez sea hora de pensar con una mentalidad eficaz en lugar de jugar al internacionalismo. Tras la creación récord de empleo, las medidas antifraude y la eficiencia presupuestaria del que probablemente sea el mejor gobierno que hemos tenido en democracia, tenemos que afrontar el gran reto de la eficiencia energética.
No es el momento de la gran geopolítica internacionalista y globalista. Sabemos que ambos bandos están locos y son peligrosos, no es necesario llenar páginas con la repugnante propaganda de ambos bandos. Ha llegado el momento de jugar la carta rural, no la internacional, y subir la escalera del PIB mundial.