Carta a los secuestrados

A pleno pulmón, desde las ventanas de vuestras habitaciones, gritáis: ¡libertad, secuestro, derechos! Y lo hacéis con tal fuerza e indignación que solo la ignorancia más pura puede explicar el convencimiento de vuestros gritos.

Os contaré algo sobre las libertades, secuestros y derechos de aquellos que más han sufrido esta pandemia cuando tenían vuestra edad. Hablo de nuestros mayores. Muchos de ellos han muerto en solitario, con suerte en una cama de hospital, otros en sus casas y otros por puro abandono en residencias. Pero como os decía, el principal motivo de esta carta no es contaros este chorreo, que ya os sabéis de memoria, no. Os quiero hablar sobre su juventud. A diferencia de vosotros, ellos no tenían que preocuparse por perder una semana de borrachera. Muchos de ellos se preocupaban de cosas como poder llevarse algo a la boca, tener un techo bajo el que dormir, un abrigo o unos simples zapatos con pocos agujeros. Vivieron una época donde se celebraba disponer de un hueso de jamón, compartido con otras familias, por turnos, para aderezar una sopa de vez en cuando. ¡¿Whaaat?! 

 Sí, esta generación, por si no lo sabéis, vivió su infancia y juventud, los mejores años de su vida, en una posguerra. Unos con más suerte y otros en la más absoluta miseria, privados de los más elementales derechos. Una generación a la que algunos de los más jóvenes y no tan jóvenes de nuestra sociedad, con la actitud despreocupada, temeraria y con la cobardía del que se sabe prácticamente a salvo de los efectos del virus, ha contribuido activamente a su muerte.

Os desesperáis por tener que pasar unos días en un hotel a pensión completa. Lo veis con indignación, “¡secuestro, secuestro, somos negativos!” y no queréis hacer ese mínimo sacrificio, si es que puede llamarse así.

Pero la culpa no es vuestra, o al menos eso quiero pensar. Quiero pensar que vivís en la ignorancia y que en realidad vuestros padres, abuelos y bisabuelos no os han transmitido todas esas historias de posguerra, quizá porque no pudieron o simplemente no quisieron. Solo así podríais entender lo jodido de una vida privada de libertad. Estoy convencido de que dejaríais de usar esa palabra, libertad, de una forma tan jodidamente patética desde vuestras habitaciones de hotel.

Haceos un favor a vosotros mismos y a vuestra dignidad. Que no tengamos que oíros más, ni a vosotros ni a vuestros padres. Volved en silencio cuando os digan y mostrad un mínimo de respeto hacia aquellos que vieron su infancia secuestrada y hoy han muerto como perros.