El primer microchip fue creado en 1958 por el físico e ingeniero eléctrico estadounidense Jack S. Kilby, cuando trabajaba para Texas Instruments. En el año 2000 fue galardonado con el Premio Nobel de Física supuestamente por su contribución al campo de los circuitos integrados y los microprocesadores.
Pero el año 2000 no fue elegido al azar. Ciertamente, desde el año 1958 el desarrollo de microchips se ha ido perfeccionando y miniaturizando hasta alcanzar tamaños micrométricos. Pero la fabricación de dispositivos a una escala tan pequeña también abrió las puertas de esta tecnología al campo de la bioingeniería farmacéutica, desarrollándose así el biochip.
En un artículo publicado por elpais en febrero del año 2000, a pocos meses de la entrega del premio nobel de física a Jack S. Kilby, se dio a conocer la siguiente información:
"Hasta ahora, Affymetrix ha hecho su negocio vendiendo biochips a los laboratorios de investigación básica y a las grandes empresas farmacéuticas, que los usan como una herramienta para diseñar nuevos medicamentos. Pero las perspectivas que abre su uso para el diagnóstico genético personalizado son inmensamente mayores, y ya han generado un enjambre de nuevas firmas, todas ellas estadounidenses y dedicadas más o menos en exclusiva a la fabricación de biochips: TeleChem International (Sunnyvale), Orchid Biocomputer (Princeton), Aclara Biosciences (Mountain View) y dos empresas de San Diego, Nanogen y Sequenom. Además, (...), cuatro gigantes de la electrónica han empezado también a desarrollar sus propios biochips: IBM, Motorola, Hewlett-Packard y Texas Instruments. Es probable que, en unos años, las autoridades sanitarias españolas se sepan de memoria los nombres de esa docena de empresas, porque será a ellas a las que tengan que comprar los biochips".
Un biochip es un tipo de microchip capaz de analizar moléculas orgánicas dentro del cuerpo de un ser vivo y que puede realizar reacciones bioquímicas dentro de él. La escasa información que se dispone actualmente de los biochips es un claro síntoma de todo lo que se nos oculta sobre esta tecnología tan prominente como avanzada. Pero el potencial de las diversas aplicaciones que han demostrado estos biochips es inmenso: identificar secuencias genéticas, elementos bioquímicos, toxinas y agentes celulares, pero, sobre todo, la capacidad de influir en su funcionamiento molecular.
Ya en 2011, un equipo internacional de la Universidad de California en Berkeley logró desarrollar un biochip energéticamente autónomo que interaccionaba directamente con la sangre.
En 2012, aparecía la siguiente noticia en la MIT Technology Review sobre biochips capaces de identificar cepas de la gripe como una PCR:
“Actualmente, para determinar qué cepa de la gripe tiene un paciente, el material genético de la muestra tiene que ser amplificado utilizando una reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés), que replica el ADN, o bien tiene que hacerse una amplificación basada en la secuencia de ácido nucleico, que copia el ARN de cadena sencilla. (…) En su nuevo ensayo, Artenstein y su equipo han desarrollado una forma de amplificar rápidamente el ARN en un chip”
Correctamente administrado, un biochip se adhiere a las paredes de las distintas partes del sistema digestivo (faringe, esófago, tracto intestinal, etc) y comienza a reaccionar con las células dendríticas del sistema inmune presentes de forma natural en estas zonas del cuerpo. Estas células se caracterizan por ser presentadoras de antígenos, es decir, detectan un patógeno para que el resto del sistema inmune sepa que tiene que defenderse contra él. De esta forma, las reacciones bioquímicas desencadenadas por el biochip logran que las células dendríticas queden desactivadas frente a ciertos patógenos infecciosos, debilitando así la función del sistema inmune (que no suprimiéndolo del todo, todavía). De esta forma, se crea el escenario perfecto para la propagación de enfermedades prediseñadas, cuya principal cura pasa por la administración de vacunas, que al reaccionar con los biochips que ya tenemos implantados, reactivan las defensas del sistema inmune para combatir dichos patógenos previamente creados.
Este potencial ya se reconoció en el año 2000, pero desde entonces el desarrollo de los biochips ha sido exponencial, y se han logrado administrar silenciosa y masivamente en múltiples aplicaciones farmacológicas a gran escala, desde pastillas y jarabes, hasta hidrogeles nanotecnológicos.
No son las vacunas las que administran los biochips, sino que éstas reaccionan con los biochips que ya tenemos implantados desde hace años.
El famoso laboratorio de Wuhan es uno de los múltiples laboratorios a nivel mundial que lleva años fabricando patógenos compatibles con la desactivación inmune programada en los biochips que tenemos implantados. El protocolo no permite liberar el virus del laboratorio hasta que no se dispone de su correspondiente vacuna, y el caso de Wuhan no fue una excepción. Lo que se perfiló como un accidente fue en realidad un plan deliberado para crear un escenario de shock (véase la doctrina del shock). Las prescripciones técnicas de las vacunas contra la Covid19 se conocieron al mismo tiempo en que se desarrolló el patógeno en Wuhan, hace más de una década.
Se estima que en 2019, meses antes de la pandemia mundial de la Covid19, cerca de un 80% de la población mundial estaba ya infectada por diversos biochips programados para desactivar el patógeno de la Covid19.
Las vacunas se estuvieron desarrollando durante años en secreto y cuando las tuvieron listas, simplemente esperaron a lanzar la pandemia cuando se alcanzó el porcentaje adecuado de población infectada por los biochips. Luego esperaron a que el escenario de shock hiciera efecto durante un año, y de pronto, las principales farmacéuticas mundiales sorprendentemente ya tenían las vacunas (normalmente se tarda de 5 a 10 años en fabricarlas). Sin ese año de gracia, el escenario de shock no se hubiera producido y las farmacéuticas hubieran quedado en evidencia al disponer inmediatamente de la vacuna. Otro aspecto u objetivo secreto del escenario de shock, además del miedo y la pérdida de derechos, es la reducción de la población mundial mediante el exterminio biológico.
A esta conspiración mundial orquestada por empresas farmacéuticas, Estados y servicios secretos, se la conoce como Conspiración Antígena del Sistema Inmune (CASI).
Una vez probado este novedoso sistema de dominación y exterminio mundial, se añade el propósito oculto de las redes 5G (señales que pueden penetrar dentro del cuerpo humano). Básicamente, se trata de lograr una rápida comunicación con todos los biochips que ya tenemos implantados para modificar su programación en un momento dado. Con una nueva programación, las nuevas reacciones bioquímicas que se desarrollarían con las células dendríticas permitirían desactivar otra puerta de entrada para que nos infectara otra gama de patógenos previamente fabricados en un laboratorio. Y nuevamente, solo las vacunas nos salvarían, salvo casos excepcionales (recordemos que la desactivación del sistema inmune es todavía parcial, no completa, por eso hay gente que ha sobrevivido a la Covid19 sin estar vacunada).