Existen muchas dificultades para comprender que lo que en nuestra vida cotidiana llamamos afecto no es otra cosa que la ayuda que necesitamos de los demás para sobrevivir. Esta dificultad radica en que se suele pensar que el afecto es un fenómeno no material, intangible y no mesurable, lo que provoca numerosos errores y prejuicios, porque no es verdad.
Comprender y aprender que el afecto es un fenómeno material, tangible y cuantificable cambia radicalmente la forma de afrontar nuestras relaciones afectivas y posibilita la solución a numerosos problemas derivados de los desequilibrios afectivos.
Por ejemplo, si prestamos ayuda a nuestra pareja o a nuestros hijos lo llamamos amor o cariño, si prestamos ayuda a un amigo lo llamamos afecto o amistad y si ayudamos a desconocidos lo llamamos ayuda o solidaridad.
Sea cual sea la palabra que utilicemos, siempre nos estamos refiriendo a una misma clase de hechos. Quizás la palabra más general y más amplia, a nuestro entender, que los designa sea ayuda, aunque es de libre elección escoger otra cualquiera.
Ayudar siempre significa realizar un esfuerzo en beneficio de otra persona. Cuando ayudamos a otra persona o a otro ser vivo, lo hacemos consumiendo una cantidad de nuestra energia (de ahi el esfuerzo) que transferimos, en parte, a la otra persona (de ahí su beneficio).
Constatamos que sin la ayuda de los demás los seres humanos no podemos sobrevivir y que esta ayuda adopta la forma de afecto, amor, cariño, solidaridad, amistad, cuidados, atención, etcétera, según el contexto y el tipo de ayuda proporcionada.
No se puede ayudar telepáticamente o simplemente con la intención, ya que no nos sirve de nada que cientos o miles de personas quieran ayudarnos si ninguna de ellas hace el más mínimo esfuerzo por nosotros.
Es muy importante puntualizar que no toda transferencia de energía entre dos seres vivos es afecto.
Para destruir a un ser vivo también hay que hacer un trabajo sobre él, un esfuerzo.Pero esta clase de trabajo no es afecto, ya que no beneficia a quien lo recibe.
Es decir, sólo es afecto aquel trabajo realizado sobre otro ser vivo que aumenta sus probabilidades de supervivencia. Si todo acto de ayuda implica una pérdida de energía de quien ayuda y una ganancia de energía de quien recibe, la pérdida y la ganancia se manifiestan en una disminución y un aumento respectivo de las probabilidades de supervivencia de cada uno.
En la naturaleza nada es gratuito y el afecto, como un hecho de la naturaleza (trabajo), no escapa a esta terrible ecuación. Ésta es la razón por la que existen tantos problemas en las relaciones afectivas.
Si el afecto fuera algo espiritual (no material) no existiría ningún problema para que todo el mundo pudiera disfrutarlo sin limites. Pero la experiencia cotidiana nos enseña que el afecto es muy escaso en las relaciones humanas y la razón no es otra que el hecho de que el afecto es simple y llanamente una transferencia física y real de energía, trabajo y vida, y que tal transferencia está sujeta a todos los límites impuestos por las leyes de la naturaleza.
Ésta es la razón por la que muchas personas adultas no pueden ofrecer afecto a los demás, debido a que su capacidad de trabajo, de resolver problemas y de enfrentarse a las dificultades es muy escasa y ni siquiera cubre sus propias necesidades.
La imposibilidad de sobrevivir por si mismos la contrarrestan recibiendo energía y vida de otros congéneres, quienes pagan, sufren y acarrean los costes físicos y reales de tal ayuda. Si bien es cierto que podemos ayudar a los nuestros sin poner en serio riesgo nuestra salud y supervivencia, también es verdad que si tal ayuda no se realiza con cautela puede suceder muy fácilmente (como de hecho ocurre) que el balance entre la ayuda recibida y la proporcionada esté muy desequilibrado, lo que conduce a graves perjuicios en la salud psíquica.
Si el afecto es energía, y la energía se almacena en forma de dinero, ¿afecto es igual a dinero?
Tirando de refranero:
-¿Por qué me quieres Andrés?
Por el interés
-¿Y por qué más?
Porque me das.