Reconsideremos la pregunta del título de otra manera. Supongamos que le preguntamos a un buen número de españoles de cualquier espectro ideológico si el país africano más avanzado es homologable en su funcionamiento y como Estado de Derecho a España. Creo que muchos de nosotros diríamos que no.
Mirando a septentrión y sobrepasando la frontera natural de los Pirineos, (que desgraciadamente ha sumido a nuestro país en un permanente aislacionismo geográfico de las corrientes maestras de la historia y de muchos acontecimientos que forjaron los cambios de la vieja Europa), para llegar a terreno más objetivo y alejado del sesgo patrio, parece que nuestros coetáneos no dejan de observarnos con cierto estupor, asombro y resignación. La resignación de aquellos que creen que pasará un tiempo excesivamente dilatado, si se usa una escala temporal humana, para que nos podamos homologar en ciertos criterios éticos al ciudadano medio europeo.
Sospecho, por tanto, que muchos ciudadanos de Centroeuropa aplican el mismo rasero de estatus con nosotros que el que cualquiera de nosotros aplicaría a un país africano.
El lazarillo que todos llevamos dentro, plantado en la indolencia e irresponsabilidad de la escuela, regado en el escaqueo y tolerancia de la adolescencia y ya maduro para usar el despliegue de toda su picaresca en la edad de las decisiones y responsabilidades, aflora en multitud de detalles en nuestra manera de funcionar a diario. Una manera que harían sonrojarse a más de un caradura o desvergonzado europeo. Y ese álter ego, en forma de lazarillo, siempre hambriento de migajas y sediento de tragos limosneros, proclive a las miserias del alma y del cuerpo, es el que asume como hecho incuestionable e inmodificable que en este país hay sectores, clases, subgrupos, hermandades, corporaciones, iluminados, grupúsculos, estamentos, linajes de personas, o como se ha puesto de moda, “castas” de elegidos, para los que la justicia y la administración pone lisas alfombras rojas sin plisado que no puedan producir tropezones inoportunos. Y a esos custodios, utilleros y salvaguardadores de los elegidos se le añaden además artificieros pirotécnicos que con hábil premura y oficio son capaces de catapultar hacia los cielos del organigrama del poder a sus elegidos introduciéndoles en el recto un cohete tan inteligente que los catapulta hacia las alturas sin desventrarles las entrañas en la mascletá final. Sin duda la picaresca es el ardid de supervivencia que aplica la plebe para poder subsistir en su estatus de casta del pueblo.
La prensa europea empieza a preguntarse de qué clase de madera estamos hechos los españoles para no solucionar el cisco de brasas perennes que tenemos montado en las relaciones de nuestro Estado (¿ o tal vez dirigentes?) con Cataluña. Una prensa que comienza a reflexionar sobre la insensata incapacidad que tienen nuestros políticos, como Cristina Cifuentes, para NO dimitir una vez que, hasta el más sesgado de los forofos políticos afines al partido que lidera el ranking de la corrupción, está prácticamente convencido de la falsedad documental de los méritos que engrosan inmerecidamente parte de su ornato curricular.
La única explicación que se le ocurre a un europeo es que la laxitud ética de nuestro pueblo es de otra clase, de otro estilo, de otra formación, de otra concepción del misticismo religioso o de otra prelación de valores que suena a insoportable disonancia en los oídos de nuestros homólogos. Ética distorsionada o inconcebible en estos habitantes que pueblan el centro de Europa, produciéndoles esa deriva perniciosa de pensamiento que es el alimento fundamental para llegar a suponer cierta supremacía moral por parte de aquellos. El problema, visto desde el punto de vista de los que no participamos en prebendas, y tratamos de cumplir las normas sin hacer el primo, es que introducen en el mismo saco de estiércol, las bostas y el heno.
Me encabrona, me encaraja, me cabrea, ...me jode enormemente darles en cierto modo la razón a un europeo de la “primera liga”. Es un sentimiento contradictorio el que me desquicia. El sentimiento de defender mi ciudadanía como español y al mismo tiempo ser víctima de un sistema que pone el foco en el delator y no en el corruptor, que se fija en el corrupto y no en el corruptor y que padece una justicia que transforma y delira una realidad para encajarla en unas leyes que se han desarrollado sin el rigor legal de otros códigos de los países de nuestro entorno. Códigos administrativos y penales que introducen aberraciones de una desproporción tan evidente que rompen el principio de la proporcionalidad y equidad penal.
Por ejemplo, un soplapollas ripia una letra de mal gusto y lo entrullan unos años por no sé que delitos de calumnias e injurias graves a la Corona. Sin embargo, un cabrón con pintas, después de haber desfalcado una entidad financiera se lleva una indemnización millonaria por jubilación porque no hay pruebas, o si las hay no son válidas, de haber arruinado a la entidad con su pésima gestión.
España es el paradigma de una justicia abstrusa, oscurantista, con esa pátina tenebrista de los cuadros de Goya, que ha puesto el objetivo en las penas dependiendo de los oportunos intereses del legislador de turno. Una justicia que no acaba de desligarse de ese legajo de código penal que enfatiza los desmanes del robagallinas y mira indiferente al poderoso. Una justicia que una vez estudiada por la mollera de los sesudos juristas germánicos enmascara incoherencias que desde sus puntos de vista kantianos es un disparate de contradicciones.
Ahora nos enteramos que una corrupta poderosa, Cristina Cifuentes, se niega a dimitir a pesar de habérsela pillado en renuncio construyendo tal universo de falsedades que en otro país europeo le habrían obligado a desterrarse voluntariamente. Pero eso es lo de menos. Es una patética actriz más de un espectáculo tan bochornoso como esperpéntico. En su código de conducta, carente de toda ética y moralidad, ha antepuesto sus intereses personales por encima de todo. Como letal efecto colateral ha permitido sondear hasta que punto el estamento que se suponía más autónomo, la Universidad, también permite la presencia de nidos de víboras tan depravadas como ella, que únicamente ostentan cargos de prestigio en la Universidad por ser hijo de, sobrina de, cuñad@ de, nuera de, yerno de, o familiar de.
Un europeo de los del norte de los pirineos necesariamente tiene que asistir estupefacto a este sainete castizo de taberna con olor a ajos, chorizos, (nunca mejor dicho) y garbanzos cocidos. Cocidos en un cacerolo roñoso que está evidenciando de manera inmisericorde que los vicios del pasado más rancio, franquista y oscurantista de este país siguen cociéndose a fuego lento y permanecen vigentes y enraizados en nuestra cultura de descendientes de lazarillos.
No, no señor, por mucho que queramos, y que nos joda como si nos estuvieran pateando en los ijares, en el mismísmo miembro genésico, España parece tener siempre esa singularidad “typical spanish”, en amplios sectores de ciudadanos de todos los estratos sociales, que guardan canallamente un as marcado en su manga de truhanes para tener ese plan B que se salta la norma, la degrada y, finalmente, la corrompe.