...Hace mucho tiempo, en una tierra muy lejana, vivió un numeroso grupo de hombres y mujeres, prisioneros desde su nacimiento, pues vivían en un espacio subterráneo cavernoso, del que les habían prohibido salir. No tenían unos márgenes definidos, ya que estaban rodeados de lo que parecían infinitas galerías que se esparcían en todas direcciones, y ni siquiera estaban realmente encerrados pues nada les impedía moverse donde quisieran. Pero ensimismados en sus irrelevantes problemáticas diarias, permanecían confinados por inercia, como un autómata está confinado en su programación. Pocos se aventuraban a ir más allá de su húmedo y hediondo entorno por su cuenta y riesgo, y de aquellos que habían tratado de "escapar", no se volvía a saber, o no se quería saber. Que en cualquier caso es lo mismo...
Lo más curioso de este grupo de personas era que creían firmemente vivir en el exterior, y de este modo atribuían a las características de su auto impuesta cárcel subterránea las más variopintas propiedades: su "deslumbrante sol" e "incomparable luna" eran en realidad las tenues rendijas de luz que se colaban desde la rejilla de alcantarilla que había sobre sus cabezas; la lluvia era el constante gotear de las aguas fecales que fluían a través de su caverna y que ellos veían como un "prístino río" que hacía fértiles sus tierras y alimentaba a sus familias; su "estado de derecho" era en realidad una enorme pila de basura que llegaba por una extraña tubería que nadie entendía, y que habían acumulado durante años hasta conformar una montaña a la que adoraban como una deidad, que hablaba a través de su "Rey", el cual no era más que una rata vaga, que se hacía pasar por el más agraciado de los habitantes subterráneos, mientras vivía sin dar palo al agua gracias al esfuerzo del resto.
Las leyendas contaban que incluso más tiempo atrás, muchos habitantes de su "maravilloso" mundo habían pretendido salir de allí, aduciendo que había algo mejor más allá. Pero los actuales habitantes del subterráneo se dividían hoy entre los que consideraban que aquellos habían sido unos ingenuos soñadores y los que directamente creían que eran unos traidores a su inigualable estado. De este modo, los años pasaron y pasaron en aquella tierra oscura hasta que los ecos de aquella antigua aventura resonaron de nuevo por el estado. Fue entonces cuando uno de sus más extraños habitantes, que destacaba por ir odiosamente limpio y acicalado entre tanta suciedad cotidiana, empezó a llenar las cabezas de la gente con nuevas promesas de aventura, más allá de aquel mundo gastado y maloliente.
Para apoyar su teorías y promesas, aquel extraño ciudadano decidió que, si no un destino, al menos debía encontrar una salida para su compatriotas. Así que, para no perderse, no deambularía sin rumbo por las galerías del subterráneo... si no que escalaría las paredes de sus propias tierras hasta llegar todo lo lejos que pudiese en los cielos. Así mientras los demás dormían, decidió comenzar a su viaje en dirección a la luna. Tardó algún tiempo en acercarse, y mientras hacía su trayecto, algunos denostaban o aplaudían su intento desde abajo.
Cuando ya faltaba muy poco para que llegase a la luna, el día comenzó a suceder a la noche y el aventurero temió cegarse con el sol y caer al vacío, así que se prometió que si conseguía volver a bajar, se dejaría de tonterías y se casaría con la mujer de sus sueños, y puede que incluso se comprase una casita con ella. Pero extrañamente la salida del "sol" cegó al aventurero sólo un instante, antes de que sus ojos comenzasen a ajustarse a la luz de un nuevo día real, que se colaba por la reja de la alcantarilla. Una nueva luz de una calidad que nunca había experimentado, con brillantes colores que no conocía... y llena de cosas que ni siquiera sabía conceptualizar. Y el aventurero gritó de alegría por haber encontrado una salida, justo antes de retomar su viaje de descenso.
Al llegar abajo, entre los vítores de muchos y los abucheos y la indiferencia del resto, lo primero que hizo fue comprarse aquella casita con su mujer, para tener un lugar en que habitar su dicha, hasta que comenzase el asalto a los cielos. Después reunió a todos los habitantes del estado, y les explicó que, efectivamente, había un lugar más allá, y si bien el no conocía un destino, al menos conocía una salida. Sólo tenían que prepararse para asaltar el cielo junto a él. ¡Juntos podrían mover aquella reja que creían el sol, el único obstáculo que les separaba de un mundo nuevo!
Un enorme murmullo cundió entre los ciudadanos, que comenzaron a agitarse entre quienes explotaban de júbilo ante la noticia, y quienes se enfadaban y se alborotaban porque consideraban el asunto un completo tabú o anatema. ¿Quién se creía ese que quería echar por tierra todo lo construido, a cambio de meras promesas? De pronto, entre el gentío, se escuchó un grito grave proveniente de un grupo de habitantes que reunía a muchos de los sirvientes del Rey:
- ¿Cómo osas poner en duda todo lo que este reino nos ha entregado?, ¡sólo quieres que la gente se ciegue mirando al sol para quitarles todo lo que tienen mientras tanto!, ¡¡y probarlo es muy sencillo, porque tú te has comprado una casita muy cuca cerca del castillo, de modo que sabes que no hay nada más allá de este generoso reino!!
Todos los reunidos comenzaron a asentir con sus cabezas e incluso a bajarlas aun más hacia el suelo, de modo que el sol no pudiese cegarles ni por descuido. Angustiado, el aventurero levantó su dedo en dirección el cielo y gritó: ¡si miráis lo suficiente, podréis ver que no miento!
Pero ya a penas unos pocos de sus fieles miraban a su dedo, y el resto del estado había comenzado a disgregarse, volviendo a sus quehaceres habituales. El desolado aventurero, justo antes de marcharse, se percató de que los fieles sirvientes del Rey seguían allí: ellos habían mirado al sol todo el tiempo y aun seguían haciéndolo como con aprobación y orgullo, aun cuando todos los demás se habían marchado.
De modo que aquel extraño ciudadano, que para sus adentros pensó que al menos ahora tenía un hogar propio, levantó la mirada una vez más hacia aquel "sol" que sabía artificial, escudriñando su brillo hasta que su vista se acomodó a la luminosidad... para ver al Rey saludándole con su cola mientras sonreía entre las rejas de la tapa de alcantarilla, al otro lado de la cloaca.