El cómico y apóstata de la izquierda Dave Rubin cuenta en su último libro, que salió del armario el día antes del atentado de las torres gemelas, y esto le llevo a pensar automáticamente que la culpa del atentado la había tenido él. Llevaba bastante tiempo queriendo hablar del trastorno obsesivo compulsivo, y esta pequeña historia es un buen punto de partida.
Hay un componente supersticioso, mágico, en este comportamiento. Su inicio puede encontrase en los juegos tontos de los niños, por ejemplo, el de no pisar las rayas del pavimento en la calle. Una mente hiperactiva preadolescente hace un montón de cosas que no tienen mucho sentido. Su cerebro todavía no está formado del todo, y su pensamiento está abandonando el mundo de lo mágico poco a poco. La mayoría de los niños superan este juego sin mucha dificultad.
Pero ahora imagina un niño que se lo toma un poquito más en serio que el resto. No mucho más, solo un poquito más. Un niño un poquito más neurótico que la media, que ha pisado una raya mal en el pavimento al volver del colegio. No le ha dado mucha importancia, pero el fallo ha quedado registrado en su conciencia. Imagina que ese niño, al llegar a casa, descubre con que sus padres están teniendo una gran pelea. Sin entenderlo bien, incluso sin llegar a pensarlo explícitamente, puede que interiorice que su fallo en el juego ha tenido que ver con el posible colapso de su núcleo familiar. Parece difícil de creer, pero estamos hablando de la mente mágica de un niño preadolescente.
Y ahora es cuando entra la parte conductual del asunto. La parte mecánica. El niño empieza a establecer relaciones causales entre su comportamiento, y lo que pasa a continuación . Y él hace un montón de cosas todo el rato. Y después pasan un montón de cosas todo el rato. Empieza a hacer asociaciones. Por lo que empieza a crear sus reglas. Comienza incorporar más y más rutinas, intentando anticiparse al futuro. Empieza a vislumbrarse un patrón de conductas, una serie de reglas. Es ahora cuando el trastorno obsesivo compulsivo empieza a asentarse en él.
Por fortuna, la mecánica del TOC es una de las pocas cosas que la psicología ha conseguido explicar de manera satisfactoria (aunque las causas subyacentes a él convienen ser tratadas independientemente). Esta mecánica es la siguiente: una regla se ha establecido, siguiendo con el ejemplo, para que no haya peleas en casa: tengo que encender y apagar la luz del recibidor dos veces al entrar. Un simple juego. Ahora llegamos a la parte crítica: imaginemos que un día al volver del colegio, el niño no realiza ese acto y se sienta directamente a ver la tele. Entonces recordará su olvido, y sentirá cierta ansiedad. Miedo. Sentirá que puede pasar algo malo si no se levanta y hace su pequeño ritual. No es gran cosa, solo una pequeña molestia en la parte de atrás de su mente. Entonces, vuelve al recibidor, y enciende y apaga la luz dos veces. ¿Y qué es lo que siente ahora? Relajación. Algo bueno. Se ha quedado tranquilo. A su miedo (obsesión) ha seguido la realización de una conducta (compulsión), que le ha aliviado.
Esta es la putada: cada vez va a más. Cada vez es mayor el miedo, y la obsesión antes de realizar esa conducta, y cada vez es mayor el pequeño alivio que sigue a su realización. Y no solo eso, las conductas se empiezan a multiplicar. Y esto suele suceder bastante antes de que el niño llegue a adulto, dándose la circunstancia de que una persona perfectamente normal reciba la madurez con un conjunto de conductas obsesivas-compulsivas instaladas en sí mismo, como si de un virus troyano se tratase.
Afortunadamente, como digo, hay una solución. Se llama extinción. Identificar el nacimiento de la conducta obsesiva (un pensamiento), y conscientemente no llevar a cabo la compulsión. Dejar de hacerlo. Aguantar el pequeño chaparrón. Sentir la ansiedad. Arriesgarse a “que pase lo que tenga que pasar “ aunque uno no haga lo que lleva décadas haciendo. Así se va debilitando poco a poco la pesada inercia que arrastramos, construida a través de los años en cada bucle de obsesión-compulsión. Con la extinción irá debilitándose cada vez más este enlace, hasta desparecer.
No es simple, pero conocer el esquema que rige este comportamiento, este sufrimiento, es clave. Hay que identificar, las decenas, cientos de veces al día en las que nuestro cuerpo quiere hacer algo que mecánicamente lleva haciendo años de manera casi automática. Detectarlas, y soportar el aluvión de pensamientos fatalistas, ansiedad y malestar. Y entonces no hacer la cosa única cosa que sabemos que acaba con esa ansiedad. Es intenso, y es duro, pero es un camino con un final feliz. Cada día, cada vez, cientos de veces al día. Y efectivamente, con el tiempo todos esos comportamientos, todas esas obsesiones, o por lo menos la mayoría, desaparecen.
He conocido a muchas personas con Transtorno Obsesivo Compulsivo que lo superaron en soledad, y con mucho valor, sin tener idea alguna de lo que estaba pasando en sus vidas. Qué coño, yo mismo. Ellos, nosotros, no tenían (no teníamos) ni idea de lo que pasaba. El término TOC no comenzó a ser popular hasta el siglo XXI, y aún la mecánica del trastorno sigue siendo poco conocida hoy en día.
La gente que tiene TOC parece que está absolutamente loca, pero, sin negar que haya problemas subyacentes, y sin negar también que el TOC puede convivir con otras patologías mentales, el asunto es más comprensible de lo que parece.
Por supuesto hay varios tipos, fantásticamente descritos en el libro “Venza sus obsesiones” de Edna Foa y Reid Wilson, para el que quiera una lectura más extensa y comprensiva.
Y no sé si Dave Rubin tiene o ha tenido TOC, pero ese tipo de pensamiento culpable supersticioso del comienzo me pareció bastante indicativo del tipo de pensamiento mágico que suele desencadenar estos molestos trastornos. Aunque, por otro lado, si que es cierto que las Torres Gemelas fueron derribadas a consecuencia de que Dave Rubin proclamase su preferencia por los penes. Pero de eso hablaré otro día.