Lo jurídico está de moda. Y me alegra. Nunca me ha gustado ver el derecho como un arcano saber reservado a unos pocos elegidos.
En realidad, prácticamente todo el mundo se ha estudiado alguna ley entera a lo largo de su vida. ¿La Constitución, donde se recogen nuestros deberes y derechos fundamentales? Claro que no, coño. El código de circulación, para el carnet de coche. Sé que hay un simbolismo ahí que me da demasiada pereza analizar ahora.
Al lío: LIVG, las distintas normas durante el estado de alarma y las limitaciones a la movilidad, las sanciones administrativas por la mascarilla… Si antes de la crisis del 2007 costaba encontrar las páginas de economía en el periódico y ahora son ubicuas, cada vez se hace más análisis normativo. La gente quiere saber de leyes. Y eso es perfecto.
Pero sucede como siempre que se democratiza un saber, que dichos conocimientos wikipédicos mutan en algo más grande. A saber: la judicialización del comportamiento humano. Y ahora entramos en materia.
La teoría triangular de la Norma
En realidad no se llama así, pero el nombre me gusta mucho y así se queda. No voy a abrumar con nombres de señores antiguos. Únicamente diré que, (primero creo que Tomasio y después) Bobbio se dieron cuenta de que las normas jurídicas son sólo un tipo de normas que seguimos. Tenemos la leche de normas extrajurídicas: normas religiosas, normas morales, normas de cortesía, normas de protocolo. Normas que seguimos en ocasiones con una precisión y severidad impresionantes.
Así que se ha hecho una separación entre tres grandes tipos de normas:
1- La norma jurídica, que llamaremos Ley (aunque incluya más que leyes, como reglamentos, edictos, disposiciones administrativas y más cosas aburridas).
2- La norma moral,
3- Y los usos y convenciones sociales, que llamaremos simplemente Usos (así, en mayúscula).
La colisión entre la Ley y la Moral ya se ha tocado muchas veces. Os recomiendo repasar este artículo que escribí en su día sobre positivismo e iusnaturalismo para quedaros con la copla. En resumidas cuentas, desde el Renacimiento la Ley y la Moral se han ido distanciando cada vez más, aunque se acepta que el derecho está basado así de fondo, por lo bajini, en una serie de principios morales básicos. La identificación completa de Ley y Moral tiene sentido, o puede funcionar, en una sociedad con una moral monolítica (sobre todo si la moral va unida a la religión) pero sería un puñetero desastre en nuestra sociedad actual (la Sharia es tal vez la Ley más Moral de la actualidad). Claro que si estuviese totalmente desvinculada, ni Dios le haría caso y las leyes serían inútiles.
Resumen: La Moral se la mete a la Ley, pero sólo la puntita.
Me interesa mucho más el tercer tipo de normas. El hermano feo que algunos autores incluso consideran un subtipo de la Moral. Los Usos. ¿Y qué coño son los usos?
Los Usos: la Tercera Norma
Masticar con la boca cerrada es un Uso. Nadie te va a detener por no hacerlo (Ley) ni serás considerado una mala persona por ello (Moral), pero recibirás el reproche social más o menos silencioso de una mayoría.
Escribir sin faltas de ortografía es un Uso. Salir vestido a la calle es un Uso. Devolver el saludo es un Uso. No tirarse estruendosos cuescos en un vagón de tren es un Uso. Ser hombre y no llevar falda es un Uso. Sujetar la puerta del ascensor es un Uso. La cortesía y los buenos modales son, en general, Usos.
Las mascarillas se están convirtiendo en un Uso. Si mañana mismo dejasen de ser obligatorias, yo y muchos miraríamos con más o menos silencioso reproche a quien, con síntomas, se nos acercase demasiado sin llevar una.
No siempre está clara, para variar, la frontera entre los tres tipos de normas. ¿Chatear con alguien a espaldas de tu pareja va más contra los usos o la moral? Caminar sin mascarilla y relativamente apartado, además de contra la Ley, ¿va contra los usos o la moral?
Nadie se acuerda del Uso. Es el patito feo, a pesar de que creo que ese compendio de normas no escritas es el auténtico eje vertebrador de la sociedad, más allá de la Moral y la Ley. Los Usos principalmente ordenan la sociedad de forma no punitiva directamente y hablan el lenguaje de la manada, y también son en muchas ocasiones más ágiles y adaptables que las dos hermanas rígidas.
Se parecen a la moral en que el Estado no te va a sancionar por incumplirlos. Se parecen a la Ley en que da igual que creas en lo que haces, sólo importa la manifestación externa.
Como corolario a la superioridad de los Usos, diré que es más fácil ligar siendo un cabrón o un delincuente que un rarito sin respeto a las convenciones sociales. La gente puede encontrar atractivo que seas un antiguo atracador o que mandes con mano de hierro, pero jamás es sexy quitarse un moco y comérselo con fruición. Pollo dixit.
Lo jurídico está de moda, como decía, y ahora todo es jurídico. Tenemos que tener en cuenta que la Ley es codiciosa y protectora como una gallina clueca: lo que no puede permitirse es dejar a ninguno de sus pollitos sin el amparo de su ala, que en nuestro país se llama artículo 23 de la Constitución, derecho a la tutela judicial efectiva. La Ley siempre tiene la tentación de cobijar más conductas a su vera, sabiendo que en nuestra cultura, ni Moral ni Usos tienen el monopolio de la violencia y la privación de derechos. Es la hermana fuerte y lo sabe.
Pongámonos aquí en Menéame. Ejemplo hipotético de noticia: Chindasvinto llama “gilipollas” a Recesvinto y es condenado por ello. En los comentarios habrá quienes defiendan jurídicamente a Chindasvinto y quienes estén jurídicamente de parte de Recesvinto. Pero nadie, y me incluyo, dice: “¿Es esto un asunto jurídico? ¿Es esto competencia de lo jurídico?”
Es decir: peleamos la condena o la absolución, pero pocas veces cuestionamos siquiera que exista un juicio.
Nadie cuestiona el marco. Todo se inmoviliza. Posicionarse en uno de los dos bandos implica aceptar una verdad mayor y común a ambos: que la Ley debe pronunciarse sobre ese discurso. Y yo digo: aquí la Ley no debería pintar un carajo; son los Usos los que deben pronunciarse y castigar o avalar ese “gilipollas” con reproche o apoyo social.
Sigamos aquí en Menéame. Patriota01 o Moradito 42 se quejan de la censura porque les negativizan o les reprochan cuando dicen alguna burrada. ¡Censura!, proclaman, y luego es posible que se despidan con un artículo o vuelvan con una cuenta nueva.
Pero, ¡censura!
Es decir: ellos lo están interpretando desde un marco jurídico. Y dado que es un marco jurídico, porque ejercen su libertad de expresión de forma jurídicamente correcta, no merecen un reproche que ellos consideran jurídico, y por eso lo ven injusto.
Pero no es un reproche jurídico. No te has saltado la Ley. Te has saltado los Usos. Y el poder punitivo de los Usos no son años de prisión sino que se expresa en rechazo social, que duele de cojones dado que somos mamíferos gregarios, con la posible excepción de los autistas y de JavierB.
En mi otro artículo sobre tu derecho constitucional a cerrar tu puta boca (hola, soy Troy McClure…) apuntaba en este sentido. Tener el derecho a algo no implica tener la obligación de ejercer dicho derecho. O de otra forma, que ese derecho también te permite ejercerlo de forma negativa.
Soy un tipo cortés y por lo general me gusta ser amable. Claro que tengo derecho (Ley) a decirle al recién presentado amigo de un amigo que su creencia en dioses me parece risible. Todo el puto derecho. También tengo derecho a decirle que huele mal, que su ropa está sucia o que cuando ríe hace un ruidito así como de cerdo. Si me demandase por ello es obvio que perdería.
Y por supuesto, jamás se lo diría en esa situación. Porque rechazo el monopolio normativo de la Ley, y como no soy un niño chico, que ésta me lo permita no implica que me recomiende hacerlo; y los Usos me lo están prohibiendo.
Y creo que está bien mantener una pequeña cantidad de hipocresía constructiva a cambio de cierta armonía social. La gente no necesita que dé mi (legalmente protegido derecho de) opinión de mierda a todas horas.
No estoy de acuerdo con la bandera que el vecino de arriba ondea desde su balcón. Tampoco estoy de acuerdo con lo que piensa la panadera sobre el Barça. Y tengo el derecho a decirles por qué creo que sus opiniones son puta mierda. Y no lo hago, porque no tengo obligación (ni siquiera moral) de hacerlo. Porque valoro que el pan esté caliente, que el vecino no me tire mierdas y que ambos me saluden cordialmente cuando estoy frente a ellos. Y, sobre todo, porque no parecen malas personas, y no conseguiré ningún bien para nadie ejerciendo mi Sacrosanto Derecho de esa forma. Porque creo en la eficacia normativa de los Usos.
Tienes derecho a no saludar a alguien que te saluda, o a tirarte pedos descomunales en público, o a sorber la sopa y hacer ruido al comer. Ni Ley ni Moral tienen nada que decir. Pero es posible que estés siendo un poco capullo haciendo eso. Y no, nadie te ataca ni vulnera tus derechos constitucionales si te miran mal o se cambian de sitio.
La contramedida de la Ley es la sanción económica o de privación de libertad. La contramedida de los Usos es el reproche social implícito.
Sirva esto como recordatorio personal para mí, y para todos vosotros, el año que entra: primero, que permitido no equivale a recomendado. Y segundo, que el hecho de que sea legal (y no inmoral) comportarse a veces como un maleducado o un cretino no te da carta blanca social. No es obligatorio ser amables y mantener cierta armonía social. Pero joder, lo que ayuda en todo.
Y, sobre todo, que nadie se tome esto como un alegato a favor de una especie de tatemae hispano, de tragar con todo o de renunciar a la propia personalidad a cambio de encajar. No va de que tengas que cumplir siempre todos los Usos. Va de saber qué normas gobiernan tu vida sin que lo sepas y que aceptes con valentía qué pasa si rompes tal o cual número de ellas.
Feliz Año Nuevo.