www.abc.es/opinion/abci-pandemias-o-paranoias-200908290300-10236891565
Casi todos los días nos desayunamos con titulares de prensa que anuncian nuevas víctimas mortales de la llamada gripe A; pero la impresión de cualquier persona no completamente estragada por la paranoia es que, por lo general, la gripe A no es la causa única de tales fallecimientos, sino más bien una causa concurrente, pues las víctimas suelen contarse entre personas que sufren otras afecciones, a menudo crónicas y casi siempre graves. De algún extraño modo, la información que se nos suministra sobre los estragos causados por esta «pandemia» de gripe A me recuerda la que, desde hace unos años, se ha popularizado para cuantificar los estragos del tabaco: basta que un fumador padezca cáncer para que su enfermedad se atribuya al tabaco; y, desde luego, todos los fumadores que fallecen se computan como «víctimas del tabaco», prescindiendo de otras circunstancias.
A la gripe A empezaron llamándola, un tanto afrentosamente, «gripe mejicana» (como a la gripe común empezaron llamándola «gripe española»); luego la bautizaron durante unas semanas «gripe porcina», pero inmediatamente los propagandistas de la paranoia impusieron la designación de «gripe A», más hermética y amedrentadora. Y es que la «gripe porcina» nos traía a la memoria la anterior pandemia que mantuvo al planeta amedrentado, la llamada «gripe aviar», que según anunció en su día la Organización Mundial de la Salud iba a causar ¡más de siete millones de víctimas! Los anuncios de la OMS son siempre de un alarmismo que huele a chamusquina... o siquiera a beneficios ingentes para las compañías farmacéuticas; lástima que los esfuerzos que emplean en la propagación de la paranoia no los dediquen a la erradicación de enfermedades como la malaria. A partir de aquel anuncio de la OMS los gobiernos de los países occidentales iniciaron una alocada campaña de prevención para combatir la anunciada pandemia de gripe aviar, encabezados por el gobierno estadounidense, que destinó entonces una partida presupuestaria de más de mil millones de dólares para la adquisición de vacunas. No entraremos a juzgar aquí si hubo turbios manejos en aquellas operaciones, aunque nos tememos que los hubiera. Lo que es un hecho indubitable es que el número de víctimas de la gripe aviar no alcanzó los más de siete millones que la OMS había alertado que podrían morir... Se quedó, concretamente, en unos 300 casos contrastados. Una cifra no demasiado abultada, sobre todo si la comparamos con el medio millón de víctimas mortales que la gripe común causa cada año en el mundo (o en las que, al menos, la gripe común es causa concurrente), o con los dos millones que provoca la malaria.
Claro que estas muertes no justifican titulares, a diferencia de las causadas por estas nuevas «pandemias» que la OMS airea, desatando en los países occidentales paranoias de magnitudes aún imprevisibles. Paranoias que se alimentan de la falla que se produce en las sociedades de tipo idolátrico, incapaces de afrontar la muerte con naturalidad porque previamente les han dicho que los avances científicos les garantizan una existencia de semidioses. Cuando tales sociedades descubren que aquel paraíso invulnerable que les habían prometido tiembla sobre sus cimientos de humo por culpa de un virus desconocido, la paranoia se desata; y entonces los amos del cotarro, antes de que la idolatría se desmorone, se sacan de la manga un «falso prodigio» en forma de vacuna o antídoto. Falso prodigio que tal vez no funcione; o que ni siquiera sea necesario, como ocurrió con la gripe aviar. Pero entretanto, alguien habrá hecho su agosto; porque detrás de toda idolatría siempre hay alguien que se lleva la pasta, detrás de toda idolatría siempre esta Mammón.