Sí, los vampiros existen y cuando huelen a sangre y a muerte hacen acto de presencia. Pero estos vampiros no suelen hacer mordeduras, ni el cuello es el lugar favorito. Las acciones son mentir, aprovecharse de la debilidad y quieren dejar a la verdad sin vida en un callejón oscuro. Los vampiros no duermen en ataúdes ni se queman a la luz del día. Generalmente están excitados y ardorosos cuando perciben el aroma de la muerte, la sangre y el dolor. Pero la mayoría de ellos ni siquiera tienen colmillos.
Los vampiros se cuentan por miles en todo el mundo, con una demografía que trasciende las fronteras, y suele darse más en la clase alta, la burguesía, la aristocracia, independientemente a la raza y el género.
Los vampiros parecen personas con las que uno se encuentra en la calle y con las que probablemente se socializa a diario. Puedes estar rodeado de vampiros y ni siquiera apreciar su presencia hasta el mismísimo momento que abren la boca.
El vampirismo es una práctica peligrosa. Son como un tipo de parafilia, pero donde las ganas de sangre, donde las mentiras, el engaño, la traición y el escándalo reemplazan al sexo. Algunos incluso se burlan de sus víctimas porque éstas no se percatan ante la presencia de un farsante. Pero la mayoría de las víctimas son proclives a ser vampiros también y no saben diferenciar entre la mentira y la realidad. Su maldad es su inmunidad.
Los vampiros modernos a menudo insisten en que sus ansias no son voluntarias. Tienen la necesidad de provocar dolor y si de lejos huelen tu herida, vendrán a meter el dedo en la llaga. El vampirismo real no debe confundirse con el fetichismo por la sangre. Ellos se crecen y se alimentan con el dolor ajeno. Ellos son de otra estirpe, se sienten privilegiados y pueden saltarse las leyes de los humanos. Su maldad es su inmunidad.
La naturaleza vampírica es un despertar del odio y como enfermedad contagiosa, quieren retransmitirlo. No es como el proceso dramático que a menudo se retrata en las películas, y uno no se convierte a través de las mordeduras de los vampiros, sino con la ignorancia y la incultura de sus víctimas. Para la mayoría de los vampiros, es un proceso gradual que se aprende rodeado de poder y corrupción. A través de la práctica de los errores, los vampiros aprenden, lo que frena su hambre para no levantar sospechas y pasear sigilosamente entre la sociedad con una tenebrosa idea en mente. Y lo peor de todo es que se introducen en la política para asegurarse de tener un ganado benévolo y sumiso, pero sobre todo ignorante. De ahí que los vampiros ven a la gente como ganado y les importa que ese ganado les produzca beneficio, por lo que no dudarán en poner esas vidas en peligro para alimentarse de su sangre y dolor o acabar con su existencia.
Los vampiros huyen de la verdad y la realidad. Los que lo experimentan lo describen como una intensa sensación de sed, una adicción con síntomas de abstinencia. La sangre, el dolor y la muerte son la absenta que el vampiro bebe en tragos cortos y serenos, como degustando la mentira, utilizando la muerte para bajar a los infiernos más profundos e inimaginablemente sucios.
Se reconocen dos tipos de vampiros: Los vampiros de sangre, que llaman a la rebelión, a la guerra, a la violencia, que se regocijan del sufrimiento provocado por grandes sanguinarios del pasado y los vampiros refinados, de guante blanco y corazón oscuro, que buscan sacar provecho con la sangre del sufrimiento, y la necesitan para subsistir en su mentira, intoxicando.
Y no, estos vampiros no se identifican con los personajes de ficción, los poderes sobrenaturales o la inmortalidad, y aparentemente no tienen ninguna dificultad para distinguir entre la mentira y la realidad. Lo importante es hacer daño. Que sea con la mentira, no importa. Lo que importa es manipular a las masas, extender el odio para que beban de su corrupta y maloliente sangre. No en vano su misión es envenenar con su ponzoña para gobernar sobre un rebaño manso y obediente.
Seamos claros como la luz del sol. Eso es a lo que temen los vampiros.