Al otro lado del Estrecho, andan muy al tanto de las cosas de España. Cualquiera en Rabat o Tetuán es capaz de recitarte de corrido la alineación de los dos grandes de la liga de futbol española. Lo mismo están al cabo de la política; sobre todo los más pudientes, por la cuenta que les trae. Marruecos es un vecino que tiene siempre puesta una oreja hacia septentrión por escuchar qué música suena en la península y, si le llegan acordes de tangana, se prepara de inmediato para sacar provecho. Ya saben: "a río revuelto…" Pues eso. Mohamed VI está al corriente del desmadre que nos traemos por aquí y ha decidido apretar las tuercas. No falta quien le sople que nuestro gobierno de coalición centra la mayor parte de sus esfuerzos en mantenerse coaligado a duras penas y en buscar apoyos de partidos insólitos para aprobar unos presupuestos que, luego, rayando la esquizofrenia o el trastorno disociativo, se enmienda a sí mismo a traición. Un chollo para oportunistas, vaya.
Lo último que necesitábamos en tal situación es que algún político ansioso se hiciera notar sirviendo a nuestro vecino una excusa perfecta para liárnosla parda. Lo digo por Pablo Iglesias, claro. Nuestro vicepresidente segundo, según parece, tiene en la cabeza un Pepito Grillo sonado que le aconseja hacer justo lo contrario de lo conveniente. Sólo así se concibe que haya provocado un conflicto diplomático, o casi, exigiendo la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sahara después de que el Frente Polisario le hubiese declarado la guerra a Marruecos. Un ejercicio de realpolitik al alcance de muy pocos: Chiquito de la Calzada, si acaso. No hace falta ser el mejor estadista del mundo, ni siquiera uno mediocre, para llevarse sabido a la política que sembrar vientos obliga a recoger tempestades; justo lo que ha sucedido a cuenta del desparpajo torero de nuestro vicepresidente. El gobierno marroquí ha tardado un minuto coma cero en montárselo de ofendido, lo cual, traducido al cristiano, quiere decir que piensa devolvernos el agravio elevando sustancialmente el precio o la fuerza de sus demandas en cualquier negociación inminente o futura.
Si yo estuviera en el pellejo de Mohamed VI, a la vista del putiferio que tenemos organizado en casa, me inclinaría a pensar que el destino me lo pone facilón y que tengo que aprovechar la coyuntura para rascar algo. Si el monarca alauita deja pasar esta oportunidad sin sacarle el jugo se tendrá que conformar más tarde con cuatro huesos pelados. También él tiene en mente ese riesgo. Por eso mismo lleva meses forzando la mano a fin de no perder comba. En marzo, comenzó la escalada de la tensión cerrando la frontera de Ceuta y Melilla; ahora, la agrava dejando que los cayucos enfilen proas hacia Canarias desde sus costas. Esta estrategia cojonera es todo un clásico y tiene por objetivo desestabilizar al oponente -o sea, nosotros- con la intención de llegar a la mesa de negociación en una posición de fuerza que le consienta avanzar en sus demandas tradicionales, a saber: reconocimiento de la soberanía marroquí sobre nuestras ciudades autónomas norteafricanas, ídem sobre los territorios del antiguo Sahara español, y, además, la extensión de su frontera marítima incluyendo aguas -solicitadas también por nuestro país- dentro de las cuales se localiza, a 1.100 metros bajo el nivel del mar, una auténtica mina del rey Salomón riquísima en telurio y cobalto.
A ver cómo logramos salir de esta.
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