Morir con humildad

 "Se necesita una inmensa humildad para morir. Lo raro es que todo el mundo la posea."

("Ese maldito yo", Emil Cioran)

Uno de los aforismos más inquietantes de Emil Cioran es este que dice que se necesita de una inmensa humildad para morir. Y es cierto. Cada latido de nuestro corazón es un paso más hacia ese desagradable destino que todos sabemos de manera consciente que está ahí al acecho. ¡Y es realmente increíble la humildad y la sumisión con la que hacemos frente a ese conocimiento fatal! Hasta el enfermo terminal al que le dan pocos meses de vida se las apaña para no dejarse llevar neurotizado por la histeria. Al contrario: pasa por las cinco fases del duelo, normalmente alcanzando todo el mundo el punto de la aceptación.

¿Cómo es eso posible? ¿Cómo consigue la humanidad soportar psicológicamente esa lenta pero segura caída por el precipicio? Los ancianos esperan en el geriátrico su salida en bolsa, pero lo hacen como si tal cosa. Como si sus vidas no pendieran ya del hilo de unos días o meses, con suerte de algunos pocos años. 

Nos apagamos todos como efímeras velas; con modestia, con sumisión y obediencia, con suma humillación. Hicimos lo que evolutimamente se suponía que debíamos hacer, y nos disponemos con desgana pero con docilidad a soportar el hecho de que nuestro cuerpo y nuestro Yo no han sido más que el vehículo (soma) por el que la Naturaleza consiguió el espontáneo acto de aumentar la entropía del Universo. Duplicamos las instrucciones con las que crear nuevas máquinas de degradar gradientes, y tras eso nos dejamos llevar por el trauma de la vejez y la enfermedad. Eso sí, con un servilismo supino: trabajando durante ocho horas diarias para así disipar calor con nuestra producción y con nuestro consumo. Nos aferramos con gusto al eterno ciclo de la necesidad, la frustración, la lucha y la satisfacción. Día tras día, minuto a minuto, mientras nuestro desechable cuerpo aguante.

Y además no le vayas a nadie con este depresivo cuento. La gente no quiere dramas; no quieren oír o entender esta realidad, simplemente quieren continuar en la rueda ¡como burros qué más da!, girar y girar con fuerza y con ganas hasta que la parca los arrastre de mala manera hacia el hoyo. Y es que las personas no sólo mueren con una inquietante dignidad, es ¡que también viven con decoro y nobleza! Pocas, estadísticamente hablando, son las personas que se rebelan, se sublevan o se alzan ante el sinsentido existencial. 

¿Cómo puede uno encerrarse en una habitación a trabajar (disipar calor de manera más o menos directa) durante horas y horas a sabiendas de que en pocas décadas su paso por la existencia se habrá borrado por completo de la faz de la Tierra? ¿Cómo es posible que un histerismo generalizado no se lleve por delante a toda la civilización? Porque es que estamos inmersos en un eterno e inmenso Universo donde vamos a morir pronto todos, y donde nadie nos va a recordar pasadas unas pocas décadas...y aún así giramos humildemente en la rueda. El mundo quiere que la entropía aumente al mayor ritmo posible, y como resultado de este ansia acabó emergiendo el proceso evolutivo biológico. Finalmente esa misma evolución cometió el pecaminoso acto de traer vida consiente a la existencia...y asombrosamente la consciencia de la inutilidad subjetiva del ser no provocó el derrumbe mental de este nuevo complejo y eficiente bicho devorador de gradientes energéticos. ¡Al contrario! Empujamos con más fuerza que ningún otro fenómeno visto hasta el momento (al menos en nuestro planeta).

Uno tras otro los necios asnos van apareciendo, empujando la rueda durante un tiempo, creando una (o varias) copias con las instrucciones para construir nuevos borricos, y finalmente son arrojados a la sepultura: polvo al polvo. ¿Para qué empujar? A nadie le importa. ¿Por qué no llamar a la insurrección? A nadie le interesa la rebelión....es más práctico y evolutivamente estable continuar con la inercia. ¿Y por qué aceptar a la vida y la muerte con resignación? Porque nadie cree realmente que vaya a morir. Paradójicamente la histeria se evita con la neurosis: cada cual con la suya, por supuesto. Algunos creen en el más allá o en la reencarnación. Otros creen en el Bien común o en maravillas tecnológicas que pronto nos harán inmortales. Se piensa que llegado el momento nos salvará la medicina o nos salvará el Ángel; pero nadie de verdad cree de corazón que dejará de ser y que todas sus vivencias y actos pasarán al olvido. Y sin embargo así será...