La soberbia de Pedro Sánchez es inversamente proporcional a su estatura política. Tiene un ego con metástasis que no soporta una réplica y, menos aún, un revés judicial. Por eso, cuando el pasado jueves el Tribunal Superior de Justicia de Madrid le tumbó esa chapuza de orden ministerial con ínfulas de ley grande que él había impulsado para rendir a Díaz Ayuso, en lugar de contentarse con la adversidad, se enfurruñó como un niño malcriado y tonto al que le niegan un capricho. Mal rollo. En esa misma situación, cualquier político fino hubiera entendido el mensaje de los jueces –por ahí no, Pedro– y, luciendo cintura para fintar en corto, habría ofrecido a su rival político una solución de consenso que le permitiese desatascar el embrollo recuperando de paso la iniciativa. Pedro Sánchez, sin embargo, le concede al orgullo esa preponderancia que le niega a la mesura. Vanitas vanitatum et omnia vanitas. Eso explica que, lejos de recular, haya vuelto a la carga doblando la apuesta para demostrarnos quién manda. En ese plan, ha impuesto su decisión personalísima de escarmentar a la Comunidad de Madrid –que es un triángulo incómodo en el centro de la masa peninsular– aprobando un estado de alarma que se propone dejar claro en la Puerta del Sol cómo Moncloa no se consiente otra cosa salvo el sí bwana. Ni cogobernanza ni hostias.
Y por esa vía, los madrileños de a pie hemos acabado sumando a nuestra condición de gatos la de represaliados políticos sui generis que no pueden siquiera denunciar su caso ante las organizaciones internacionales con garantías de que lo tomen en serio. Habrá quienes toleren de buen grado la nueva situación. Nada que objetar; para gustos, los colores. A los demás, sólo nos queda plantar cara organizando en las calles un dos de mayo o montando en las redes una revoltosa bullanguera y cachonda que la emprenda a coñas con quien nos gobierna al dictado. Tacho la primera opción, que un alboroto gordo sólo puede acabar en disturbios o contagio, y no estamos para eso, un poquito de por favor. En cambio, me apunto a la segunda en vista de que me permite lucir un punto libertario y borroca sin riesgos aparentes ni daños a terceros. Al parecer, no soy el único que aprueba la moción. Acabo de abrir el móvil. Tres whatsapp le arrean de lo lindo a Pedro Sánchez. Con permiso del respetable, me sumo a la fiesta.
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