El marketing, y el mas sofisticado neuromarketing, consiste en aprovechar los sesgos cognitivos para conseguir influenciar o "convertir" a un sector de la población. Pero ¿no es necesaria una buena dosis de falta de escrúpulos para dedicarse al marketing? Porque la ética que impregna el mercantilismo es sencilla: si es rentable, todo está bien. Quizá sería conveniente preguntarnos a quién beneficia la invasión de bulos y desinformación ya sea en redes sociales o medios de comunicación. En los medios de comunicación las pesquisas nos llevan rápidamente a la banca que puede controlarlos gracias a los ingresos obtenidos con el dinero con que hemos llenado sus arcas gracias al rescate bancario. El esclavo siempre ha pagado el látigo del esclavista.
Quedaban sin embargo las redes sociales. Un sustrato nuevo y no convencional donde cuesta entender las estrategias destructivas del marketing político, a no ser que como ocurre con un reality show, indaguemos en la lista de anunciantes y patrocinadores. ¿Qué les puede salir mal?
Manejar los sesgos ajenos es mucho mas fácil que evitar los propios. El autoengaño está servido en bandeja de endogamia ideológica, mientras la estupidez colectiva empieza a tomar dimensiones de pandemia.