Hoy hay elecciones en México y ofrezco a quien le interese un perfil sobre la futura presidenta, Claudia Sheinbaum. No es un ejercicio imparcial, aclaro, ya que soy militante de Morena, el partido de Claudia.
Claudia Sheinbaum, candidata presidencial de la coalición encabezada por el gobernante partido Morena, se encamina a ser electa como la primera presidenta en la historia de México.
Con una ventaja promedio de más de 20 puntos durante todo el proceso electoral, intención de voto mayor al 50%, y una aprobación del presidente en funciones, Andrés Manuel López Obrador, de entre 60 y 70%, parece que el asunto está definido, y tenemos la situación insólita de la coalición “Sigamos haciendo historia” concentrando sus esfuerzos y estrategias en lograr la ansiada mayoría calificada (dos terceras partes) en la cámara de diputados y de la de senadores, mientras la oposición se concentra en ensayar denuncias de “fraude” o “elección de estado”.
Claudia es una política que ha sido central desde el año 2000 en eso que en México se llama –por propios y extraños– obradorismo, aunque AMLO haya buscado, en realidad con poco éxito, renombrar el movimiento por algo menos personalista como “humanismo mexicano”.
Su llegada a la presidencia despierta interés especial por varias particularidades: será la primera mujer presidenta, la primera persona científica en ocupar esa responsabilidad (es física con posgrados y publicaciones relevantes en ingeniería energética), y tampoco ocupó nunca la presidencia otra persona de origen judío (sus cuatro abuelos fueron migrantes judíos laicos y comunistas que llegaron a México en el contexto del fascismo en Europa). Claudia también proviene, a diferencia de cualquier otro presidente, AMLO incluido, de una cultura claramente de izquierda.
Su programa, denominado en un inicio de “continuidad con cambio” (luego cambió el eslogan, pero ese creo que refleja bien lo que propone), se plantea abiertamente como la continuación del proyecto del presidente López Obrador, con cambios en el enfoque al combate a la violencia, el manejo de la energía y la atención a demandas del movimiento feminista.
Llega con una notable experiencia de gobierno, aunque acotada a la capital del país, donde fue jefa de gobierno, alcaldesa y funcionaria de alto nivel (justo en el gobierno de AMLO de 2000 a 2005) y recibirá un país en mejores condiciones de gobernabilidad, estabilidad económica y seguridad respecto al México que recibió AMLO en 2018.
Particularmente, su partido ahora gobernará la mayor parte de los estados y alcaldías, y se espera niveles mayores de presencia en las dos cámaras del legislativo federal. También hay una integración del Poder Judicial que, si bien todavía tiene mayoría conservadora, esta no logra ser calificada y la renovación programada de ministros, que ocurre por ley cada año, le permitirá formar una nueva mayoría en 2 o 3 años. Lo mismo en órganos constitucionales autónomos, como el Instituto Nacional Electoral.
En el plano de seguridad, heredará la Guardia Nacional, una corporación policiaca federal con formación militar cuya formación inició con el gobierno de AMLO, que tiene cien mil elementos, cuarteles y recursos que eran inexistentes al inicio del gobierno de López Obrador.
Uno de los puntos donde su propuesta se aparta de lo que hizo el gobierno de AMLO, es que plantea la urgencia de buscar una reforma profunda a todo el sistema de impartición de justicia, que incluya policías, fiscalías y el poder judicial, para buscar reducir los niveles aberrantes de impunidad, cercanos al 95% en homicidios. Su experiencia en la Ciudad de México, donde se redujeron sensiblemente todos los delitos de alto impacto en su mandato, sugiere que es una apuesta correcta. También plantea la incorporación de elementos tecnológicos (como cámaras) que, no obstante son tradicionalmente repudiados por voces de izquierda como invasivos a la privacidad y a la presunción de inocencia, en la CDMX fueron fundamentales para el éxito en la reducción de la violencia y la criminalidad.
En la economía, parece que habrá pocos cambios respecto a una política exitosa del gobierno que termina su gestión en octubre: retomar el papel del estado para realizar inversiones estratégicas, seguir con los aumentos al salario mínimo, seguir con la profundización de la reforma laboral que permitió la formación de sindicatos democráticos y dificultar que las empresas formen sus sindicatos blancos, seguir reconociendo las huelgas ahí donde ocurren (el gobierno anterior de Peña Nieto no reconoció una sola huelga durante todo su sexenio) y mantener las políticas redistributivas con programas universales como la pensión de adultos mayores (una pensión universal no contributiva) y crear otros nuevos, como la beca universal para estudiantes del nivel básico de escuelas públicas.
Esto, al mismo tiempo que se mantiene un déficit bajo o cercano a cero, se amplía la recaudación por medio del combate a la evasión de los grandes capitales y se mantiene la popular política de AMLO de “austeridad republicana” (eliminación de gastos superfluos y lujosos de todos los niveles de gobierno, así como tope salarial general: nadie puede ganar más que el presidente).
El resultado de esa política de AMLO, que se espera continúe, es que se redujo la pobreza y la desigualdad en una magnitud sin precedentes en 30 años (a pesar de la pandemia) y aumentó notablemente el consumo interno, de tal suerte que el crecimiento del mercado interno se convirtió en la principal fuente del dinamismo de la economía, lo que es muy notable, pues no debemos olvidar que México también está recibiendo una gran cantidad de inversión extranjera directa por razones geopolíticas (relocalización de empresas de China a México). Al mismo tiempo, la política laboral permite que, de la llegada de nuevas e importantes inversiones, una “rebanada” mayor se quede en los trabajadores.
Considero que los grandes retos que tendrá que resolver Claudia Sheinbaum, además del problema de la violencia e inseguridad (sin duda, el gran problema del país), tienen con ver con su capacidad de conducción política y comunicación más que con su capacidad administrativa. Por lo que se vio de su gobierno en la Ciudad de México, todo hace pensar que tendrá una gestión muy eficaz y exitosa, probablemente más que la de AMLO, pero no queda claro que pueda conducir políticamente al muy diverso ideológicamente “obradorismo”, ni mantener tan a raya como lo hizo AMLO a la derecha. Ya se verá.