Y ahora que nos hemos acostumbrado a los efectos de los virus sobre las personas, o al menos hemos aprendido a valorar correctamente ese riesgo, ¿cuánto tardará en volar sobre nuestras cabezas el cisne negro de una plaga informática devastadora?
Los expertos llevaban años anunciando la posibilidad que surgiese una pandemia. Destrucción del medio ambiente, inteconexión elevada, viajes a lo grande, escasa seguridad sanitaria. Sabíamos que pasaría, pero no sabíamos cuándo.
Con los dispositivos electrónicos ocurre lo mismo: sabemos que pasará, pero no conocemos la fecha del evento. ¿Cómo nos preparamos ante esa eventualidad? ¿Dejando cada vez más tareas críticas en manos de esos dispositivos electrónicos? ¿Dejando la educación, la sanidad y las finanzas en manos de unos aparatos que pueden enfermar mortalmente, de manera masiva, en un momento dado?
¿Qué sucedería si mañana desapareciese, de golpe, el 20% de los datos grabados en todos los discos duros del mundo? ¿Qué ocurriría, me pregunto, si internet dejase de funcionar por completo durante tres semanas?
Tal vez de momento fuese asumible, pero avanzamos a toda velocidad hacia un mundo donde eso podría ser peor que un virus como el Covid. Y sólo estoy contando muertos. Si me pongo a contar daños seguro que es mucho peor.
Es la hora de la redundancia. Es la hora de anotar todo lo realmente importante en un cuaderno. No voy a imprimir internet, como en el chiste, pero sí voy a imprimir mi agenda de direcciones y teléfonos. Al menos, es bueno saber dónde vive la gente que te importa.