Este artículo es la segunda parte de uno anterior que publiqué hace unos días: www.meneame.net/story/otra-mente-interior
Todos hemos oído hablar en mayor o menor medida de los psicofármacos; aunque no hayamos tenido que recurrir a ellos, es muy probable que conozcas a alguien que los haya necesitado en algún momento de su vida. Al fin y al cabo, su uso es muy común y está cada vez más extendido. Pero, ¿son realmente la solución a todos nuestros problemas, esa ansiada pastilla milagrosa que por fin nos permitirá enderezar nuestra vida?
En este artículo pretendo ahondar en mi experiencia personal con ellos, en especial, con las benzodiazepinas. Pero vayamos por partes.
¿Qué son las benzodiazepinas? Se trata de una molécula descubierta en los años 60 con efectos sedantes, hipnóticos y ansiolíticos, entre otros. Por lo tanto, se suelen utilizar sobre todo para el tratamiento de la ansiedad y del insomnio. Su descubrimiento supuso una pequeña gran revolución, porque resultaban ser mucho menos adictivas y potencialmente peligrosas que lo utilizado hasta entonces, los barbitúricos.
¿Significa eso que las benzodiacepinas no son adictivas ni peligrosas? No, sólo que lo son bastante menos que los barbitúricos, pero siguen siendo altamente adictivas además de provocar alta tolerancia (cada vez necesitamos más dosis para producir el mismo efecto) y, al dejar de consumirlas, se puede producir un efecto rebote fuerte, es decir, que los síntomas que tratábamos de paliar con su ingesta, vuelvan con más fuerza que antes de empezar el tratamiento.
Seguro que más de un ávido lector ya ha pensado que todos estos efectos son muy parecidos a los que producen otras drogas. Y estarán en lo cierto, pues no en vano, así son clasificadas oficialmente.
Entonces, si tenemos una alta probabilidad de volvernos adictos a ellas y su uso a largo plazo es potencialmente peligroso para nuestro organismo, ¿deberíamos evitar su uso en cualquier caso?
Rotundamente no.
De un tiempo a esta parte muchos expertos se han instalado en el discurso de desaconsejar su uso ante cualquier circunstancia y abogar por otras alternativas como pueden ser la psicoterapia o la meditación y cada vez son más las voces que se alzan ante el uso indiscriminado de estas sustancias.
Sin embargo, aunque es cierto que en demasiadas ocasiones se recetan sin un seguimiento adecuado y que su uso cada vez más extendido es preocupante, creo que esa oposición frontal a su uso me parece irracional e incluso contraproducente.
Es cierto que, tal y como he dicho con anterioridad, los detractores de su uso tienen argumentos de peso, pero también creo que, según mi opinión, su planteamiento es erróneo. Centrarse en los peligros de una sustancia para que la gente no abuse de ella es una estrategia que se ha demostrado poco efectiva en numerosas ocasiones (como con el alcohol o el azúcar), sobre todo si sus efectos negativos no son inmediatos.
En cambio, creo que se debería instruir a los médicos de cabecera y a los psiquiatras para que, siempre que receten una benzodiazepina, lo hagan dejando claro al paciente que se trata de un tratamiento temporal, que se debe llevar un seguimiento y de cuál será la estrategia más conveniente para la "desescalada". Es decir, usarlas como una herramienta, no como un fin. Los psicofármacos nunca serán la solución, sino una de las múltiples estrategias que, siempre junto a otra de ellas, nos ayudarán a alcanzarla.
Esas otras estrategias siempre tienen que pasar por la psicoterapia, aunque por desgracia no todo el mundo puede permitírsela y, por el momento, parece que desde el gobierno no están por la labor de incluir la salud mental en la seguridad social, pero es desde luego el pilar fundamental para nuestra recuperación. La meditación también nos puede ayudar mucho más de lo que pueda parecer en un primer momento, aunque en este caso creo que depende mucho más de la persona que la practique.
Sin embargo, cuando entramos en uno de esos terribles bucles de los que hablaba en mi anterior artículo, en los que la ansiedad nos produce ansiedad, la medicación puede ser la única opción inmediata para salir de esa terrible espiral, lo que nos ayude a perder el miedo gracias a tenerlas disponibles. Y una vez alcanzado ese punto la terapia nos proporcionarás las herramientas necesarias para cada vez depender menos de ellas.
Pero si cuando estás metido en el pozo, no dejar de de escuchar lo perjudiciales que son para tu organismo, eso no te ayudará dejarlas, sino más bien todo lo contrario. Necesitas durante un tiempo poder confiar en ellas para ser capaz de dar el paso de dejarlas.
Así que mi consejo, siempre apoyado en mi propia experiencia, es combinar ambas. Y un día en el futuro, cuando estés empezando a dejar las pastillas y tal vez haga mucho de tu última cita con el psicólogo, tu cerebro hará clic y encontrará él mismo, apoyado en lo que ha aprendido en terapia, la forma de volver a retomar la senda de la recuperación.