Tuve ocasión de ver “Parthenope” en la última edición del festival de cine italiano de Madrid. La votación del público le otorgó a la película una nota media de 8,7. Sobresaliente. Lo cual confirma que gustó. Y mucho. A mí, en cambio, me hizo la gracia justa; o sea, poca. No le niego los méritos. La fotografía, por ejemplo, es preciosista y subyugante. Posee una belleza y una potencia visual que deslumbra, incluso en los momentos en que se entrega al feísmo. Además, la cinta tiene en su haber escenas con una indudable potencia dramática, incluso alguna divertida. Pero el guion, en su conjunto, es un disparate, un despropósito entregado a la recreación de un microcosmos napolitano profundamente personal y de tintes barrocos, cuya exuberancia, aunque fascinante, acaba devorando cualquier posibilidad de coherencia narrativa y asfixiando a los personajes.
La primera víctima de esa apuesta es la propia Parthenope. Indudable la belleza de Celeste Dalla Porta, joven actriz que interpreta su primer papel protagonista. Durante dos horas y diecisiete minutos la cámara se pone a su servicio y le toma las hechuras con la intención de transformarla en objeto de deseo. Pero a mí, con todo, no logra seducirme. Y cargo las culpas de esa anomalía en el hecho de que Sorrentino, obsesionado con levantar un políptico de fantasmagorías extravagantes a mayor gloria de su particular universo estético, se olvida de poner en primer plano la arquitectura del personaje. La cosa resulta regular tirando a mal porque, Parthenope, paga ese descuido sufriendo de indefinición crónica. Al menos, a mí me lo parece. Todo en su conducta me resulta errático, caprichoso y vacuo. No alcanzo a comprender si alberga un propósito de vida, lo mismo que se me escapan las motivaciones de sus actos. Pasada media hora, o quizás antes, me deja de interesar su historia. Me resultan indiferentes sus deslices, ya sean heterosexuales o lésbicos, me agotan sus vaivenes existenciales y me hastían hasta el infinito sus vagabundeos por geografías impregnadas de olor a salitre. Llega un momento, incluso, después de sufrir un vía crucis de estaciones oníricas, en el que no me importa nada si consigue finalmente encontrarle respuesta a esa pregunta del millón -¿qué es la antropología?- que funciona como leitmotiv durante buena parte del metraje.
No soy de los que odian el cine de Sorrentino. Vaya por delante que disfruté mucho “La grande bellezza”. Pero en esta ocasión, no puedo alabarle el gusto. “Parthenope” es una película pretenciosa y abigarrada que no me toca la fibra. A ratos exhibe una solemnidad impostada y cargante que abunda en lo artificioso. Probablemente, gustará a los amantes de su cine. Y mucho. Paolo Sorrentino cuenta con un público fiel que celebra con entusiasmo sus ejercicios de estilo. Bien, nada que objetar. Me alegro de que lo disfruten. No es mi caso. A mí la película me resultó de digestión complicada. Por decirlo suavemente. Un ejemplo de cine que se recrea demasiado en sí mismo y acaba perdiendo de vista al espectador común.