Discutía yo el otro día con amigos y súbditos sobre si el tema del aborto no se habría quedado ya trasnochado, y si no se debatía sobre eso más por pelearse un rato que porque le importase a alguien.
Decía yo que con los anticonceptivos y, sobre todo, la píldora del día después, las mujeres que utiliozasen hoy en día los servicios de una clínica abortiva tenían que ser tan brutas que el aborto, en vez de un derecho, debería ser en su caso una obligación.
Y resultó que el tema no era tan marginal como yo creía. No es que sea multitudianrio, pero marginal no es. Alrededor de 100.000 abortos al año.
Así que aproveché un ligue pasajero, origen de este debate, para preguntarle quien puñetas estaba abortando en España.
—Provisión primera, minorías étnicas medio analfabetas. Las follan a cualquier edad, no son capaces de leerse el prospecto del agua mineral y menos aún el de un pene y una vagina.
—Provisión segunda, extranjeras que vienen a hacerlo aquí, procedentes de países donde el acceso a los medios no es tan sencillo. O sea, que somos el Londres actual de otros.
—Provisión tercera, gente dispuesta a dejar sin tabajo a los profesores de educación especial y que, cuando son creyentes, tratan a dios como a cualquier proveedor: los defectuosos, se devuelven. Estos parecen ser el grueso del pelotón.
Fuera de esto, despistados, casos raros... y monjas. Que ya hay pocas y son muy viejas. Pero nada estadísticamente relevante.