En los términos de los sociólogos, soy un baby boomer, nacido en España a mediados de los setenta. El término es despectivo, y lo fue el de Generación X, y otras lindezas que nos dedicaron cuando éramos jóvenes. Puestos a resumir, yo debería ser un tío consumista, conformista, poco tendente a la rebeldía, y que además ha destruido el mundo al que accederían los millenials, gente más joven que yo, que hoy tiene peores trabajos y un horizonte vital más precario. Y cuyo término sociológico de descripción está asociado, como el nuestro, a valores negativos.
Por diversas circunstancias, la crisis del 2008 me convirtió en algo tan precario como un millenial, pero mucho más viejo. La falta de dinero me ha hecho renunciar a algunas de mis antiguas pautas de consumo, y a base de buscarme la vida he caído en costumbres que hoy se identifican con las de los millenials. Cierto que en realidad son las de los pobres de toda la vida, pero esa es otra cuestión.
Si algo caracteriza a la gente precaria y millenial de nuestros días es su bajo nivel de consumo. No es una elección, sino una imposición, pero hay que hacerla convivir con necesidades que no son baratas. Como tener un teléfono móvil o un ordenador, hoy imprescindibles para buscar trabajo, tenerlo, o hacerlo. Además del transporte, que incluso eligiendo la opción del público, no resulta económico. A medio plazo, un patinete eléctrico es muy útil en distancias medias, y menos costoso que un abono transporte mensual. La bici es aún mejor, aunque cansa.
Lo que está resultando de todo ello es un grupo social que consume mucho menos. Las máquinas se reparan, en lugar de tirarse y ser sustituidas por otras. Se alarga la vida de lo que compramos. Se busca activamente en el mercado de segunda mano, y también en tiendas que han surgido respondiendo a esta necesidad, con precios reducidos en productos de uso diario. Triunfan cadenas donde las cosas son más baratas, la marca blanca digna, los patinetes eléctricos inundan las ciudades y crean polémica, las tiendas de reparación menudean por las ciudades como antes los Todo a 100, hoy tiendas de chinos.
Entiendo que hablo de una realidad parcial, y no de la sociedad completa. Y es una realidad dura, ojo, porque nuestro entorno nos educa para lucir marcas, renovar el coche, dar una imagen de prosperidad, y si no puedes, callártelo o disimular. “Soy un tío moderno y ecológico que va en bici y se pone en forma a la vez. No, soy un muerto de hambre que se ahorra el precio del transporte público. Pero tengo que guardar la cara.”
Hay sin embargo en todo esto el germen de algo nuevo e impredecible, los grupos sociales que apenas consumen. Partiendo de la base, claro, que no consumir es imposible. Pero la segunda mano, las reparaciones, la compra venta entre particulares, genera menos impuestos, mueve menos la economía, y genera “dinero negro”. Es un decir, aunque la exageración me permite ilustrar la otra cara del bajo consumo, la de una posible rebeldía. Si alguna vez esto lograse canalizarse para protestar, no solo por los obligados por las circunstancias, sino por grupos suficientemente grandes, la gente llegaría a tener tanto poder como los antiguos huelguistas que paraban fábricas, e incluso detenían la actividad de países enteros. Hablo de un lejano pasado, claro, que no he visto. Y de una posible utopía futura, también. Y no me refiero a un boicot a productos catalanes, o a dejar de beber Coca-Cola por lo que ocurrió en la embotelladora de Fuenlabrada. Hablo de ser capaces de convencer a todos de que no compren ni un coche más hasta que las autoridades españolas y europeas aclaren qué pasa con el diésel, por ejemplo. Por más que clamen que vamos a destruir la economía, el capitalismo, el estado, la sociedad, y todo.
Quizá exista, después de todo, una opción de protesta poderosa y efectiva que no es el voto ni la manifestación, pero que para funcionar se tiene que hacer en grupo. Como se hicieron todas las revoluciones que trajeron mejores condiciones de vida a las sociedades. O quizá solo sea que no hay nada más duro que vivir sin esperanzas, y yo he querido hoy fabricarme una. Y compartirla con todos vosotros también, sin más pretensiones. Aprovechando esa mágica condición de internet que a veces nos da la palabra a quienes cada vez vamos teniendo menos.