No creo que pueda sorprender el hecho de que alguien afirme que nos dirigimos a la Segunda Guerra Fría, ni que los protagonistas de ésta sean los Estados Unidos y China. Sin embargo, lo que puede ser evidente no se hace real hasta que lo pronunciamos en voz alta.
Tal como explican Burbank y Cooper en Imperios. Una nueva visión de la Historia, la misma puede explicarse, desde el Neolítico, como la interacción entre imperios. Sin embargo, tendemos a imaginar la Historia desde el paradigma de la nación-estado, cuando ésta sólo ha protagonizado pequeños fragmentos temporales y podemos considerarla como una excepción a la regla. La nación-estado toma su forma real en fechas tan recientes como las guerras napoleónicas (las cuales acaban siendo una guerra entre imperios) para adquirir protagonismo con las tensiones nacionalistas y disgregadoras que se dan en breves períodos como los acaecidos tras las dos guerras mundiales. Al tiempo, la geopolítica siempre vuelva a su cauce natural, que no es otro que la creación de un imperio formado por una potencia dominante rodeada de aliados-vasallos que necesita siempre un enemigo exterior, preferiblemente otro imperio.
Si seguimos a J. Fontana, autor de Por el Bien del Imperio, vemos cómo la creación del estado del bienestar no fue otra cosa que una estrategia de enfrentamiento seguida por el imperio americano para contrarrestar al imperio soviético. Básicamente se trataba de comprar a la opinión pública ofreciéndoles una serie de ventajas que anularon la propaganda comunista, la cual creaba una imagen del capitalismo como puramente depredador. Ello explica el proceso de desmantelamiento que vivimos, como ocurre con cualquier arma obsoleta. Sin embargo, una vez derrumbado el imperio soviético, su rival americano tuvo un serio problema.
Volvamos al punto inicial. Tras la caída de la URSS, el imperio victorioso, como suele suceder, humilló a su rival y absorbió a sus satélites. Es un patrón que podemos observar a lo largo de la historia. Sin embargo, también la necesidad que tiene todo imperio de un enemigo exterior. Es necesario un “lobo” que dé coherencia a una alianza que es más forzosa que beneficiosa y que ofrezca a los gobernados un objetivo común y la imagen de ventaja frente a una alternativa que ha de ser necesariamente peor.
Puesto que el imperio americano había alcanzado la cúspide de su poder tras vencer al imperio soviético, era necesario un nuevo enemigo. Por tanto, inmediatamente surgió otro nuevo gran satán que no era otro que el Islam, presentado precisamente como un imperio rival, bárbaro y extranjero, temible aunque no lo pareciera por su atraso económico y agresivo por su fanatización.
Hemos vivido, hasta ahora, a la sombra de este enfrentamiento entre dos imperios, uno bien real y físico, que es aquel al que pertenecemos, y otro más etéreo, que una veces tomaba la forma clásica del territorio hostil en Afganistán, Iraq, Siria, etc. y otras veces el del enemigo infiltrado, como en los viejos tiempos del enemigo ruso.
Sin embargo, la crisis que acaba de empezar es un punto de inflexión en la Historia. Es el momento ideal para cambiar a un “enemigo mejor”, un imperio clásico, grande, poderoso, con un gran ejército y un modelo económico alternativo. China ya está madura para desempeñar ese rol.
Por tanto, lo que vamos a ver en los próximos años es lo que me aventuro a bautizar como Segunda Guerra Fría, para regocijo de muchos ciudadanos que gustan de ver el mundo en blanco y negro.
Siguiendo lo expuesto, vamos a observar una trepidante carrera tecnológica entre ambas potencias y una pugna por definir sus esferas de influencia. Mientras China va camino de absorber a Rusia como aliado-vasallo (algo típico de los imperio derrotados), EEUU intentará amarrar fuerte a la UE y al resto de lo que llamamos occidente, mientras que India y los territorios estratégicos como el África suministradora de materias primas, serán el tablero de juego. Poco a poco, los contendientes en cualquier disputa regional no tendrán más remedio que pedir la protección de alguno de los dos bloques.
Por otro lado, y ese es el tema que más me interesa, vamos a ver una escalada de la propaganda a niveles nunca conocidos. Teniendo en cuenta el momento en el que vivimos, en el cual la manipulación ha adoptado formas novedosas que calan entre la población de forma abrumadora, va a ser prácticamente imposible conocer la verdad sobre ningún asunto. Todo va a estar mediatizado por este enfrentamiento, que es geoestratégico pero se enmascarará como ideológico.
Podríamos pensar que la sociedad es más madura, que los sistemas educativos han mejorado y que el acceso a la información hace más fácil la inmunidad a la propaganda política, al menos a la más descarada. Pero cualquier observador mínimamente avispado se dará cuenta de que ha ocurrido justamente lo contrario. Pensemos en la figura de los intelectuales, que funcionaban como punto de referencia en los debates que pretendían cierta seriedad. ¿Alguien recuerda la última vez que se presentó a alguien como tal? Pensemos en el mundo académico y universitario y su total descrédito y banalización. O en la figura del científico, que actualmente es incapaz siquiera de contrarrestar cualquier pseudociencia disparatada. Vivimos en una sociedad adicta a los fake news, que vive en burbujas de información creadas a base de filtrar sólo aquello que casa con nuestros prejuicios y los alimenta, virtualmente analfabeta porque es incapaz de seguir o realizar argumentos complejos, enganchada a lo instantáneo, progresivamente fanatizada en lo político y enfrentada a una realidad que le desconcierta. Todo ello, junto con la existencia de unos medios tecnológicos que son los idóneos para transmitir cualquier teoría conspirativa, ofrecen el caldo de cultivo perfecto para que la Segunda Guerra Fría sea, en el plano de la propaganda, mucho más exitosa que la primera.
No hace falta un profundo trabajo de investigación para darse cuenta de que la propaganda antichina y antiamericana empieza a aumentar de caudal. Sin ir más lejos, las teorías sobre la creación artificial del coronavirus, apuntando o bien a los EEUU o a China, van repiqueteando sobre una población que es totalmente permeable a este tipo de información. Gente culta y supuestamente crítica son precisamente las víctimas idóneas, puesto que llevan mucho tiempo acostumbradas a las mentiras de los medios oficiales, mientras que los medios “alternativos” han ido ganando peso. Sin embargo, no deja de ser sorprendente que un mensaje transmitido por un conocido en una red social se empiece a considerar per se como una fuente fiable. De este modo, efectivamente, se hace imposible discernir la realidad, con lo que lo único que podemos afirmar con rotundidad es que jamás sabremos la verdad. Bajo esta premisa, realmente deja de ser relevante qué es lo que realmente sucede, puesto que se iguala el nivel de credibilidad de cualquier información a cero y el ciudadano es impelido a elegir la burbuja informativa en la que más cómodo se sienta.
En definitiva, encontramos, por un lado, una sociedad predispuesta a creer la información proporcionada por cualquier operación de inteligencia y, por otro, un enfrentamiento entre dos imperios que van a tratar de engañar, desorientar y ocultar como forma de guerra, utilizando grandes recursos para ello.
Ante este panorama, tendremos que acostumbrarnos a vivir en un entorno en el que nuestros semejantes defiendan, literalmente, cualquier interpretación de la realidad, por descabellada que sea, siguiendo una única premisa: “han sido ellos (elija usted su bando)”.