Cuando se habla de problemas globales, como el cambio climático y la sostenibilidad de la sociedad a largo plazo, muchas veces se afirma que "el problema es que somos demasiados" (a veces recurriendo a la vieja teoría desarrollada por Thomas Malthus). Si bien es cierto que el planeta cuenta con unos recursos finitos y que la sociedad humana llegará a un límite poblacional por el cual no existan suficientes recursos como para satisfacer las necesidades básicas de todos, cabe decir que aún no hemos llegado a ese límite.
En realidad, el problema se manifiesta a través del despilfarro, tanto en la distribución de los recursos como en su uso indebido. Decir que "el problema es que somos demasiados" es reduccionista porque hace que, automáticamente, perdamos de vista los detalles del contexto en el que estamos.
Cuando hablamos de problemas globales, se requiere una perspectiva de conjunto con soluciones globales. Las causas de los problemas globales se han estudiado, pero son poco conocidas porque hay ciertas estructuras de funcionamiento sistémicas que no se quieren cambiar. Ya existen medios materiales y tecnología suficiente como para resolver estos problemas, pero año tras año y cumbre tras cumbre, fracasan en su aplicación. Acabar culpando a los consumidores, o a la superpoblación, o la falta de tecnología, es perverso, y no ayuda a esclarecer la raíz de los problemas, o cuáles son las soluciones, o quienes ofrecen resistencia a los cambios que se requieren.
El Problema Alimentario
En el mundo se producen alimentos con los que se podría alimentar hasta 12.000 millones de personas. Sin embargo, aún no hemos llegado a 8.000 millones y aún tenemos alrededor de 2.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo. Además, entre un 30% y un 40% de los alimentos producidos en el mundo acaban perdiéndose sin ser vendidos o desperdiciándose sin ser consumidos (tras ser vendidos).
Mientras la pérdida de alimentos tiene lugar en las primeras fases de la cadena agroalimentaria (producción y transformación), el desperdicio tiene lugar en las últimas fases (comercialización minorista y consumo social). Todo ello, sin tener en consideración los alimentos que se destinan para ganado o biocombustibles.
Por un lado, la pérdida de alimentos es un fenómeno que depende del modelo agrario: mientras que los modelos más campesinos tienden a hacer un uso eficiente de los recursos y generan muy poco desperdicio orgánico, el modelo de la industria agroalimentaria se caracteriza por todo lo contrario (producción en monocultivo poco diversificada, la estabulación animal, el transporte a largas distancias, la desregulación de los mercados con subsidios públicos a los incrementos de producción a bajo coste para ganar competitividad desplazando a productores no subsidiados, etc).
Por otro lado, el principal agente causante del desperdicio de alimentos son los minoristas, especialmente los supermercados, que impulsan el despilfarro a través de mecanismos como el empaquetado preestablecido, las ofertas tipo 2x1, pero también al adquirir solo productos que cumplen con unos criterios estéticos, además de obligar a los productores a suministrar excedentes productivos para eliminar los riesgos de posibles roturas de stock.
En lo que respecta al hambre en el mundo, todo se reduce a un problema de acceso. Mientras en el cuarto mundo, los pobres no pueden pagar por la comida y acuden a los Bancos de Alimentos, en el tercer mundo una parte muy importante de los recursos agrícolas y cultivos existentes se destina para el consumo del primer mundo. Por su parte, los trabajadores del campo son pobres (los más afortunados cobran entre 0,5 y 1 euro al día), luego también se recurre frecuentemente a la explotación infantil en condiciones de esclavitud, se deforestan selvas con glifosato sin condiciones de seguridad para luego hacer crecer monocultivos que en 15 o 20 años degradan la fertilidad del suelo hasta hacerlo inservible.
En el sector cárnico existen problemas similares, alimentamos vacas con miles de toneladas de agua dulce (un bien muy escaso) y con piensos de pescado contaminado de mercurio y microplásticos, las hacinamos, las hormonamos contaminando nuestra salud, y las inyectamos antibióticos que contaminan los subsuelos de bacterias multirresistentes... y para rematar, el metano que producen las vacas agrava el problema del calentamiento global. ¿Podemos hacerlo peor? Quizá si sólo nos alimentásemos de animales más pequeños como el pollo, el pavo, el cerdo, el cordero, la oveja, el conejo, la cabra, etc, no habría tantos problemas. ¿No es suficiente esta variedad de carnes?
El Problema Contaminante
La contaminación y el precio humano que se paga para seguir manteniendo la rueda de la industria agroalimentaria es completamente insostenible. Pero en vez de criticar las bases de este modelo, se reduce el problema a los consumidores o a aspectos puramente técnicos (la FAO, entre otros organismos, está viciado por esta lógica macabra). Y en otro orden de magnitud, muy alejado de la realidad, se habla del problema de la sobrepoblación humana.
Esto que sucede en la industria agroalimentaria es exactamente lo mismo que ocurre con el resto de industrias extractivas y explotadoras como la industria petrolera, la industria agroquímica, la industria textil, la industria electrónica, etc.
Durante varios siglos hemos basado la economía en sistemas de producción centralizados con energías fósiles como el carbón, el gas natural y el petróleo. Ello ha requerido el despliegue masivo y sin precedentes de las grandes redes de distribución extractivas de recursos y de transporte de mercancías del tercer mundo hacia el primer mundo. Hay que recordar que los países y regiones más ricas en recursos fósiles como el petróleo, el litio o el coltán, son del tercer mundo, y pese a sus riquezas presentan elevadas tasas de pobreza. Los beneficios no llegan a manos de la población. Por cada euro que Occidente invierte en África, obtienen 23. No hay altruismo ni ayudas, el balance es claramente empobrecedor para África año tras año. Además, hay que sumar que con la globalización y la obsolescencia programada se ha disparado la demanda de consumo hasta límites aberrantes.
Hace más de un siglo que se inventó el coche eléctrico que al usarse no contamina (ni siquiera eran necesarias las baterías de litio). Y también se descubrieron las fuentes de energía renovables que hubieran permitido un sistema de producción descentralizado de energía. ¿Por qué entonces no se desarrollaron estas posibilidades y hemos tardado más de 100 años en comenzar a reaccionar? Porque el orden criminal del mundo, basado en la avaricia y las gigantescas estructuras del poder empresarial, inclinaron la balanza hacia la explotación de recursos contaminantes al obtener un margen de beneficios astronómico.
Por aquel entonces, cabe decir que el problema medioambiental no era relevante, sin embargo, desde hace más de 60 años todos los datos obtenidos de la atmósfera y de la evolución del clima global, han indicado siempre lo mismo: nos estamos pasando de rosca y hay que frenar la contaminación y la sobreexplotación de recursos.
Pensemos ahora en cómo hubiera sido la situación mundial de haber desarrollado sólo 5 grandes soluciones hace 100 años:
- Generación de energía distribuida a partir de fuentes renovables.
- Desarrollo del coche eléctrico en vez del coche fósil.
- Reutilización de recursos en una economía cíclica no lineal.
- Hacer productos duraderos sin obsolescencia programada.
- Producir alimentos de forma local y sostenible (sin vacas, sin monocultivos y sin herbicidas químicos tan dañinos).
Estas medidas equilibran la desigualdad mundial y reducen enormemente el impacto medioambiental. El mundo en el que viviríamos no tendría nada que ver y nadie hablaría de que el problema es la superpoblación humana.