Sociedad permisiva, másteres devaluados e impudicia política

Ahora que está tan de moda defender el europeísmo como contraposición a ciertas tendencias de autoafirmación independentista es fácil imaginar a un estudiante europeo que, acogido al programa Erasmus, trate de entender hasta qué punto ganaría una corriente vertebradora, en oposición a una corriente desmembradora, en el seno de nuestro propio país. Por eso, es fácil concebir a ese estudiante foráneo de ciencias sociales completando su currículo en suelo patrio preguntándose qué es lo que les pasa por la mollera a los españoles.

Ese mismo estudiante estaría disfrutando cual cochino revolcándose en lodazal al asistir atónito al bochornoso espectáculo de impudicia documental con el que nuestros políticos son capaces de adornar, maquillar, mentir y, en algunos casos, falsear sus méritos académicos y, unas cuantas semanas después, desbrozarlo de todo tipo de meritocracia sin el más mínimo sentimiento de arrepentimiento, o que las falsedades exigen, según los cánones de su país de origen, responsabilidades políticas dolorosas.

En el universo mental de ese estudiante se habría producido tal sacudida en el entibado de su escala de valores, al asistir a la estulticia de nuestros políticos, de ni siquiera plantearse la posibilidad de un discreto apartarse de la política, que lo más probable es que eligiese como tesis doctoral un estudio de campo social durante unos meses aprovechando lo buenas que hacemos las tortillas de patatas, ya sea con cebolla o sin cebolla. Sin duda se devanaría los sesos tratando de explicar las singularidades que hacen de nosotros esa clase de ciudadanos que aceptan la corrupción como una componente inseparable de nuestra manera de negociar, de informar, de trabajar, de hacer la declaración de la renta, de votar y, por supuesto, de pensar.

Se comienza falseando con ciertas ínfulas un expediente académico y se termina formando parte de una lista de contabilidad creativa en la que aparecen apuntes contables que son opacos a hacienda. Al espiral de degradación política comienza con la impunidad. A más sensación de impunidad mayor creatividad en el expediente. Expedientes cambiantes según la legislatura y según el cargo desempeñado. Expedientes Guadiana, o tipo reloj de cuco suizo, en los que aparecen y desaparecen los méritos que hasta ahora nadie de la “prensa seria” había revisado con cautela. La connivencia de los mass media es parte de los blindajes que llevan a la impunidad. El tratamiento de los periódicos de toda la vida en el caso Cifuentes daría para escribir no un artículo, sino un libro, pero es un aspecto que tendrá que esperar otro momento.

Pero a lo que íbamos. Algunos de esos másteres, títulos, cursos, méritos o atributos, empieza a confirmarse que no se han conseguido en igualdad de condiciones. Ha habido una puerta trasera, o una vía alternativa para privilegiados que por conexiones, completamente inaccesibles para el resto de los "pringaos" que cursaban másteres, han conseguido en tiempo reducido y forma irregular lo que a otros ha costado sudores, sinsabores y renuncias. 350 horas presenciales, más otras tantas de estudio, más materiales de investigación y documentación que algunos, los de la “famiglia”, se las han pasado por los ijares.

El resultado de la aparición de estos másteres con más falsificaciones que un subproducto chino destinado a la exportación a países emergentes ha sido, por ahora, una evidente devaluación global para todos esos másteres, se hayan obtenido en condiciones de legalidad o no; y un borrón más en el desprestigio de nuestras endogámicas y politizadas universidades.

Lo mejor, y ahora lo sabemos, es que como investigación colateral al "Cifuentazo", se ha descubierto un verdadero casino oculto donde se jugaban oscuras maniobras para el asalto al poder del gobierno universitario. Un poder siempre contaminado por las redes clientelares, la codicia de los especialistas en vampirizar al Estado y la ambición de los partidos políticos. Un zoco infecto lleno de oportunistas y aprovechados que habían negociado su silencio o su pasividad, frente a los cargos electos que se presentaban a rectores apoyados por el partido de turno, a cambio de la prebenda de un aumento en el presupuesto del departamento del díscolo rival o, en el mejor de los casos, una autonomía total para impartir una serie de másteres en los que la propia universidad ni pinchaba ni cortaba, ni tan siquiera supervisaba.

Unos másteres que se pactaban con reducciones de precios de hasta el 50% si pertenecías a partidos como Vox. Másteres que, dependiendo el grado de hidalguía o, usando términos mundanos rudos y ásperos pero muy ilustrativos, chupapollismo, se conseguían sin presencia real del elegido y en algunos casos, con la presentación de trabajos que cualquiera podría haber fundamentado en el rincón del vago. Nada de levantarse como un cabrón un sábado, a la hora de todos los días, para llevarte luego 8 horas sentado entre mañana y tarde asistiendo a las plomizas explicaciones de aquellos powerponistas que sólo ven los estudios de postgrado como una fuente adicional, aunque muy importante, del complemento salarial.

Másteres a tutiplén que sacaban como las rosquillas en una churrería auténticos indigentes mentales o destripaterrones dotados únicamente de astucia. La astucia primaria de haberse afiliado a organizaciones delictivas disfrazadas de partidos políticos cuando todavía uno presenta los carrillos ametrallados por el acné.

Pero volviendo a cómo coños se crearon estas instituciones casi al margen de la supervisión de los rectores que eran las que otorgaban los másteres. Lo que para muchos rivales honestos, aspirantes al cargo de rector, hubiera sido un revés en su moral, al ser ninguneados, intimidados y hasta amenazados en la presentación de candidaturas alternativas, para otros, más vivos y sagaces, y buenos conocedores de nuestro grado de deshonestidad global, fueron una oportunidad única para forrarse, sabiendo negociar sus miserias con las del miserable de turno que ostentaría el cargo.

Yo me quito de en medio y dejo de ser un problema pero, a cambio, organizo los cursos de postgrado, planifico la oferta, superviso su certificación, elijo a los profesores, (unos vasallos a los que intimidaré con la NO renovación si salen honestos), y contabilizo los ingresos. Ingresos amañados. Ingresos con el mismo grado de oscurantismo que acompaña a la financiación de los partidos políticos que permitieron esta nueva pata de la corruptela. El sueño de todo corrupto. La empresita pagada a sueldo de todos, sea o no rentable sin la supervisión de ojos contables y, si va bien, le adiciono un cero, a veces en B, al sueldo que cada mes me ingresan en la cuenta.

Nuestro posible doctor o doctora en sociología de estudios en suelo patrio, ya enganchado al gazpacho, el salmorejo, la paella y el cachopo no saldría de su asombro en la desorganización perfectamente organizada para delinquir que son nuestras instituciones pero después de pasar amplios periodos con nosotros para completar sus estudios, pagando en B el alquiler donde se hospeda, ignorando el IVA en la factura del chapuzas que le hiciera un chaperón, saltándose un semáforo a esas horas intempestivas en la que los ojos de los picoletos están somnolientos o dormidos, colándose en una turbamulta de marujas que no se guardan la vez en el quiosco de la frutería un sábado por la mañana, tendría al principio ciertas reticencias sobre los prejuicios de la deshonestidad pero luego comprendería que el problema no es la inventiva de nuestros políticos en la presentación de méritos, el problema no son las universidades endogámicas que promocionan a los elegidos, el problema no son los másteres, ni son las administraciones, ni los trabajos, ni los estamentos, ni los ayuntamientos, ni las instituciones. El problema, concluiría mientras reflexiona en un bar cualquiera donde han tratado de cobrarle una cerveza de más al sospechar de su acento de giri, somos nosotros.