Ayer, entre toda la marabunta de noticias sobre el asesinato de Samuel, llegó a portada una noticia que yo mismo meneé: www.meneame.net/story/padre-samuel-pide-quitar-banderas-politicos-mani
En este artículo se habla de los deseos del padre de Samuel para que "no se convirtiera en un símbolo" y que "se retirasen las banderas" de las manifestaciones que se sucedieron por toda España ante tal atroz suceso. En un principio me pareció una petición muy razonable, pues es su familia y querrán vivir el duelo en paz. Después, mientras leía los comentarios acusándonos de instrumentalizar una muerte en contra de los deseos de sus allegados, me puse a pensar.
Porque, ¿de verdad pedir que nos dejen de matar es instrumentalizar un asesinato? Creo que el mensaje es bastante claro y potente como para que no se desvirtúe y que sobrepasa al propio hecho en sí.
Pero es que además, me puse a leer las sucesivas declaraciones del padre y entonces saltaron todas mis alarmas. En concreto, el fragmento que se puede leer en la siguiente imagen:
Es decir, que un padre evangelista pide que su hijo no se convierta en un símbolo de la lucha LGTB y que sólo se le recuerde "como una persona muy buena, alegre, que odiaba la violencia, trabajador y amigo de sus amigos. Nada más". Es decir, "por favor, no recordéis a mi hijo como un homosexual, que era muchas cosas muy buenas aparte de esa".
Y lo siento, pero no. Igual que la familia de La Veneno insiste en seguir llamándola Joselito y que no se convierta en símbolo de ninguna lucha, ella ha trascendido. Creo que esta vez, debe pasar igual. Porque el bien común supera con creces los deseos del padre.
Imaginad que tras ver ayer las plazas llenas de banderas arcoíris, a todas las asociaciones LGTB presentes y a un colectivo fuerte y unido que está dispuesto a plantar cara, se salva una vida. Una. Aunque sea solo una. No me parece difícil de concebir, ¿no?
Pues entonces, habrá merecido la pena.