— Esta nueva economía que proponen -reiteró un día en la mesa de mesas-, supone una intrusión radical y sin precedentes del gobierno en los negocios.
De súbito, Vlad Taneev se puso de pie.
Sobresaltado, Antar dejó de hablar, tratando de averiguar qué pasaba.
Vlad lo miraba con ira. [...] Recorrió lentamente la mesa con una mirada intensa y feroz, que los capturó a todos, antes de dirigirse a Antar.
—Lo que acabas de decir sobre gobierno y negocios es absurdo [...] Los gobiernos siempre regulan qué clase de negocios permiten. La economía es una cuestión legal, un sistema de leyes. Hasta ahora, hemos estado diciendo en la resistencia marciana que la democracia y el autogobierno son derechos innatos de toda persona, y que esos derechos no tienen por qué suspenderse cuando la persona va a trabajar. Tú... [...] ¿crees en la democracia y la autodeterminación?
—¡Pues claro! —dijo Antar a la defensiva.
—¿Crees que la democracia y la autodeterminación son los valores fundamentales que el gobierno debería fomentar?
— ¡Pues claro! —repitió Antar, cada vez más molesto.
— Muy bien. Si la democracia y la autodeterminación son derechos fundamentales, entonces ¿por qué habría de renunciar nadie a ellos cuando entra en su lugar de trabajo? En política, luchamos como tigres por la libertad, por el derecho a elegir a nuestros dirigentes, por la libre circulación, elección del lugar de residencia de trabajo... en suma, por el derecho a controlar nuestras vidas. Y luego nos levantamos por la mañana y vamos a trabajar y todos esos derechos desaparecen. Ya no insistimos en que son nuestros. Y de esa manera, durante la mayor parte del día, volvemos al feudalismo. Eso es el capitalismo, una versión del feudalismo en la que el capital sustituye a la tierra, y los empresarios sustituyen a los reyes. Pero la jerarquía subsiste. Y así, seguimos entregando el fruto del trabajo de nuestra vida, bajo coacción, para alimentar a unos gobernantes que no hacen ningún trabajo real.
— Los empresarios trabajan —dijo Antar con acritud—. Y asumen los riesgos financieros...
— El llamado riesgo del capitalismo es simplemente uno de los privilegios del capital.
— La gestión...
— Sí, sí. No me interrumpas. La gestión es algo real, una cuestión técnica. Pero no puede ser controlada por el trabajo tan bien como por el capital. El capital no es más que el residuo útil del trabajo de los trabajadores del pasado, y puede pertenecer a todos y no sólo a unos pocos. No hay ninguna razón que justifique que una pequeña nobleza posea el capital y los demás tengan que estar a su servicio. Nada justifica que nos den un sueldo para vivir y ellos se queden con el resto de lo que nosotros producimos. ¡No! El sistema llamado democracia capitalista no tenía nada de democrático. Por eso fue tan fácil que se transformara en el sistema metanacional, en el que la democracia se debilitó aún más y el capitalismo se hizo aún más fuerte. En el que el uno por ciento de la población poseía la mitad de la riqueza y el cinco por ciento de la población poseía el noventa y cinco por ciento de la riqueza restante. La historia ha mostrado qué valores eran reales en ese sistema. Y lo más triste es que la injusticia y el sufrimiento causados por él no eran necesarios, puesto que desde el siglo dieciocho han existido los medios técnicos para proveer a todo el mundo de lo necesario para la vida.
[...] De manera que tenemos que cambiar. Ahora es el momento. Si la autodeterminación es un valor fundamental, si la justicia es un valor, entonces son valores en todas partes, incluyendo el lugar de trabajo en el que pasamos buena parte de nuestras vidas. Eso es lo que se declaraba en el punto cuarto del acuerdo de Dorsa Brevia, que el fruto del trabajo pertenece a quien lo efectúa, y que el valor de ese trabajo no puede serle arrebatado. Declara que los diferentes modos de producción pertenecen a quien los crea y al bienestar común de las futuras generaciones. Declara que el mundo es algo que todos administramos conjuntamente. Eso es lo que dice. Y en nuestros años en Marte hemos desarrollado un sistema económico que puede cumplir todas esas promesas. Ésa ha sido nuestra labor en los últimos cincuenta años. En el sistema que hemos desarrollado, todas las empresas económicas tienen que ser pequeñas cooperativas, propiedad de los mismos trabajadores y de nadie más. Ellos contratan a alguien para gestionarlas o las gestionan ellos mismos. Los gremios industriales y las asociaciones de cooperativas formarán estructuras más amplias necesarias para regular el comercio y el mercado, distribuir el capital y crear créditos.
— Eso no son más que ideas —dijo Antar con desdén—. No son más que utopías.
— De ninguna manera. —De nuevo Vlad lo hizo callar.— El sistema se basa en modelos de la historia terrana, y sus diferentes apartados se han probado en los dos mundos y han tenido bastante éxito. No sabes nada acerca de ellos en parte por ignorancia y en parte porque el mismo metanacionalismo hace caso omiso de todas las alternativas y las niega. Pero gran parte de nuestra microeconomía lleva siglos funcionando con éxito en la región vasca de Mondragón. Diferentes partes de la macroeconomía se han empleado en la pseudometanac Praxis, en Suiza, en el estado indio de Kerala, en Butan, en Bolonia, Italia, y en muchos otros lugares, incluyendo la resistencia marciana. Esas organizaciones fueron las precursoras de nuestra economía, que será auténticamente democrática, lo que el capitalismo nunca intentó ser.
Una síntesis de sistemas. Y Vladimir Taneev era un gran sintetizador [...] Art miró los rostros en torno a la mesa y le pareció leer lo que la gente pensaba: caramba, ya lo hizo una vez en el campo de la biología, y funcionó; ¿puede acaso ser más complicada la economía? Contra ese pensamiento tácito, ese sentimiento inesperado, las objeciones de Antar no parecían gran cosa. Una ojeada al historial del capitalismo metanacional en ese momento no diría mucho a su favor; en el último siglo había precipitado una guerra global, había arruinado la Tierra y destrozado sus sociedades. ¿Por qué no habrían de probar algo nuevo, en vista de esos antecedentes?
Un delegado de Hiranyagarba se levantó e hizo una objeción en el sentido contrario, pues apuntó que parecían estar abandonando la economía del regalo que había regido en la resistencia marciana.
Vlad sacudió la cabeza con impaciencia.
— Creo en la economía de la resistencia, se lo aseguro, pero siempre ha sido una economía mixta. [...] La racionalidad económica no es el valor más elevado. Es una herramienta para calcular costes y beneficios, una parte más de una ecuación que concierne al bienestar humano. La ecuación mayor es la economía mixta y eso es lo que estamos construyendo aquí. Estamos proponiendo un sistema complejo, con esferas públicas y privadas de actividad económica. [...] Ese fondo común de trabajo, además de los impuestos que pagarán las cooperativas privadas por el uso de la tierra y sus recursos, nos permitirá garantizar los llamados derechos sociales que hemos estado discutiendo: vivienda, atención médica, alimentos, educación... cosas que no deberían estar a merced de la racionalidad del mercado. Porque la salute non si paga, como solían decir los trabajadores italianos. ¡La salud no está en venta!
Eso era especialmente importante para Vlad, estaba claro. Y tenía sentido; porque en el orden metanacional la salud había estado en venta, no sólo la atención médica, el alimento y la vivienda, sino también el tratamiento de longevidad, que hasta entonces sólo habían recibido quienes podían pagárselo. En otras palabras, la invención más importante de Vlad se había convertido en propiedad de los privilegiados, la distinción de clase definitiva: larga vida o muerte prematura, una materialización de las clases que casi creaba especies divergentes. No era extraño que estuviese furioso, y que hubiese volcado sus esfuerzos en diseñar un sistema económico que convirtiera el tratamiento de longevidad en una bendición disponible para todos en lugar de una posesión catastrófica.
— Entonces no se dejará nada para el mercado —dijo Antar.
— No, no, no —dijo Vlad, con un gesto aún más irritado—. El mercado existirá siempre. Es el mecanismo mediante el cual se intercambian los bienes y los servicios. La competencia para producir el mejor producto al mejor precio es inevitable y además saludable. Pero en Marte será dirigido por la sociedad de una forma más activa. Los productos esenciales para el soporte vital no serán vehículo de beneficio, y la porción más libre del mercado dejará de lado los productos esenciales y se concentrará en los no esenciales, y las cooperativas de propiedad obrera podrán acometer empresas comerciales arriesgadas, si así lo deciden. Si las necesidades básicas están cubiertas y los trabajadores son los propietarios de sus negocios, ¿por qué no? Lo que estamos discutiendo es el proceso de creación.
Jackie [...] dijo:
— ¿Y qué hay de los aspectos ecológicos de esa economía a los que solías dar tanto énfasis?
—Son fundamentales —dijo Vlad—. El punto tercero de Dorsa Brevia establece que la tierra, el aire y el agua de Marte no pertenecen a nadie y que nosotros somos los administradores para las futuras generaciones.
— ¡Pero eso es una economía planificada! — gritó Antar.
— Las economías son planes. El capitalismo planificaba tanto como nosotros, y el metanacionalismo trataba de planearlo todo. Una economía es un plan.
Frustrado y furioso, Antar dijo:
— Eso no es más que el regreso del socialismo.
Vlad se encogió de hombros.
— Marte es una nueva totalidad.
Marte Azul, Kim Stanley Robinson, 1996. (Premio Hugo 1997)