El Verdadero Sentido de la Vida

La vida en la Tierra lleva existiendo desde hace miles de millones de años. Todas las formas de vida que han nacido y existido sobre este planeta se han desarrollado y han evolucionado a partir de un mismo origen, compartiendo una serie de características esenciales. Eso significa que la vida, como concepto, está basada en una serie de mecanismos básicos que son comunes a todos los seres vivos. Para entender estos mecanismos, que son la esencia misma de la vida, hay que remontarse al origen molecular de la vida.

El origen de la vida se produce en el momento en el que, tras formarse espontáneamente, una serie de polímeros (sustancias compuestas por macromoléculas orgánicas), son capaces de catalizar reacciones químicas que les permiten autorreplicarse. Este es el punto de partida y la primera gran diferencia entre la materia orgánica inerte y la materia orgánica llamada viviente.

De esta forma, los polímeros (llamados posteriormente biopolímeros), son los responsables de la existencia de los ácidos nucleicos, las proteínas y los polisacáridos, las sustancias esenciales de toda forma de vida. Entre ellos, los ácidos nucleicos (ARN y ADN) son los portadores de la llamada información genética (los genes), heredable y mutable con cada replicación.

Por tanto, a un nivel molecular, y posteriormente a un nivel celular, la vida se basa en la autorreplicación de sí misma, que, si añadimos el factor del entorno natural en el que se desarrolla, da origen a la evolución y diversificación de dicha materia a través de su material genético.

A una escala mucho mayor, donde un conjunto de células ya conforma seres vivos y especies determinadas, la existencia de los seres vivos se basa en la reproducción de sí mismos. Acercándonos al sentido de la vida, tenemos una base de autorreplicación que ha evolucionado a través de instrucciones genéticas, transmitiéndose desde el nivel celular hasta el nivel instintivo de los seres vivos dotados de sistema nervioso.

Posteriormente, el desarrollo y la evolución del sistema nervioso en distintos seres vivos, ha posibilitado una mejora en su capacidad de supervivencia y reproducción, gracias a la capacidad de almacenar información al margen de la información genética heredada (instrucciones e impulsos instintivos). Se trata del nacimiento de la consciencia ligada al aprendizaje, que no es sino una forma más de adaptación evolutiva del sistema nervioso, que permite a los seres vivos almacenar información del entorno y tomar decisiones propias. Existen muchos niveles de desarrollo de la consciencia, desde los seres vivos que meramente son conscientes, pero aún se guían enteramente por sus instintos, hasta los seres vivos con plena consciencia y que han desarrollado el raciocinio. Si nos situamos en un término medio, la capacidad de aprender permite a muchos seres vivos almacenar información del entorno y transmitirla a sus descendientes, del mismo modo a cómo la información genética se almacena y se hereda en la materia viviente. Muchos seres vivos enseñan a sus descendientes a vivir y a desenvolverse, y en muchos casos esa ayuda es vital para asegurar su supervivencia. También, es probable que la experiencia vital de un ser vivo pueda influir en ocasiones en cómo se expresan determinados genes que heredan sus descendientes (entraríamos en el campo naciente de la epigenética).

En este punto, los seres vivos ya han desarrollado multitud de adaptaciones para sobrevivir y reproducirse: se organizan de forma agrupada o aislada, desarrollan su competencia por el espacio y el sustento, establecen cadenas tróficas y conforman los ecosistemas.

La base de la vida, la máxima de la vida, el objetivo de la vida, el sentido de la vida, es la adaptación para perpetuarse a lo largo del tiempo. Existir como individuo y seguir existiendo como especie, dentro de un largo y complejo proceso de evolución.

 

El sentido de la vida en los seres humanos

 

El ser humano no es tan distinto al resto de mamíferos que moran la Tierra, ya que siguen influyendo sobre él los mismos instintos primarios, heredados genéticamente. De otra forma, su capacidad adaptativa (tanto mental como instintiva) no hubiera podido configurarlo como un ser omnívoro capaz de vivir en todos los entornos y climas de la Tierra, permitiendo su reproducción masiva, como un verdadero cáncer sobre la faz del planeta. El ser humano es el único ser vivo que ha logrado superar todas las barreras y límites propios del entorno natural, hasta el momento. Pues ya estamos comenzando a padecer la existencia de los límites planetarios, del mismo modo que el resto de animales se ven condicionados por su entorno más inmediato, lo que les impide de algún modo u otro su propagación excesiva por todo el planeta. La naturaleza y los ecosistemas siempre tienden a alcanzar una cierta situación de equilibrio, incluso tras catástrofes inesperadas (la caída de un meteorito, la inversión de los polos magnéticos, las épocas glaciales, etc). Quizá debamos aprender a superar este límite planetario para emigrar y adaptarnos a vivir en otros planetas. Quizá esté ahí la razón misma de la autoconservación y la autorreplicación de la vida para nosotros, para poder salvarnos de la explosión de nuestro Sol, que acabará destruyendo el planeta Tierra dentro de miles de millones de años…

Por tanto, el verdadero sentido de la vida sigue siendo el mismo para el ser humano que para el resto de animales. Sin embargo, debido a su elevada capacidad mental (rasgo distintivo de la especie), el concepto del sentido de la vida se ha expandido y diversificado por su mente hacia horizontes ciertamente intangibles.

Se cran así sentidos de la vida secundarios y subjetivos, propios de la experiencia vital o existencial de un ser humano, en el que la mente puede explorar ideas capaces de conformar objetivos más allá del sentido que imponen los mecanismos genéticos de la vida.

Al final, el sentido de la vida al modo humano, acaba siendo único para cada persona.