“Soy autista, y claro que no lo parezco”, leo en un muro, en la sala de espera de la consulta a la que llevo a mis dos hijos, de 15 y 10 años, diagnosticados con trastorno del espectro autista (TEA). Él tiene un asperger de altas capacidades con TDH. Ninguno de los dos entiende bien cómo funciona el mundo. Lo primero que hizo mi hijo cuando cambió de colegio fue informar a sus compañeros de que era un niño con asperger. Les dejó claro que no le gustaba el ruido, que no entendía las bromas y que siempre que decía algo, lo decía en serio...