Nostalgia, ese fue el sentimiento que se adueñó de todos aquellos testigos quienes en la primavera de 1973 observaron cómo, lentamente, iba abandonando el puerto de Santa Cruz de la canaria isla de Tenerife la poco airosa figura de la central eléctrica flotante Nuestra Señora de la Luz. Recubierta por su sempiterna pintura gris, había firmado el cielo del muelle con sus negros copetes de humo durante once largos años, en los que su figura quedó impresa en el recuerdo popular de la sociedad tinerfeña.
Se marchaba en silencio el viejo «barco de la luz», cargado de viejas historias.