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El poder del pueblo, qué poder ni poder
Sería una estruendosa sorpresa que en las elecciones del próximo mes, un candidato, ya no digamos tres, no aprobado por el Buró Político del Partido Comunista y por la Seguridad del Estado, gane la mayoría absoluta de los votos en su circunscripción y se convierta en delegado a la Asamblea de uno de los 168 municipios en que han sido metódicamente divididos el territorio y el infortunio de Cuba. No sería imposible que en un barrio, o en dos, quizás aquellos en los que el huracán Irma hizo más daño y la gente se cansó de esperar una visita siquiera protocolar de Raúl, o, en su lugar, paquetes de jabones, leche y aceite, los vecinos, con fina malicia, solo para, estrictamente, joder, aprueben la candidatura de alguien que no sea religiosamente “revolucionario”, en la perversa acepción de esa palabra que constituye la única identidad política admitida en la isla. Pero de ahí a que esos candidatos rebeldes puedan ganar la elección en noviembre, va un trecho tan grande como el que va de las declaraciones patrióticas de Raúl a su torrencial desdén por los cubanos
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