En la Calle Abdalá el Rico, en Ávila, una pequeña ciudad que está donde Cristo perdió la zapatilla, hay un bloque de pisos con piscina comunitaria y parque infantil junto a un comercio de colchones. Los trabajadores de la tienda y vecinos de los inmuebles quizá piensan que tienen una vida gris y aburrida en un lugar anodino del interior de España, ignorantes de las fuerzas sobrenaturales que se agitan bajo sus pies. Lo cierto es que esta pobre gente vive y trabaja sobre un gigantesco cementerio profanado.
El último año del anterior milenio las excavadoras que removían la tierra por todo el país se toparon en la urbe castellana con la mayor necrópolis mudéjar de la península ibérica. De repente de aquellos desolados parajes surgieron tres mil y pico cadáveres y artefactos funerarios de antiguos pobladores. Un cementerio medieval con tantos muertos era un hallazgo arqueológico inédito... y sobrecogedor, porque había planes urbanísticos para que Ávila se convirtiera en una importante ciudad dormitorio de Madrid.
Pese a las protestas de historiadores y arqueólogos las tumbas se cubrieron de cemento sin introducir ningún tipo de protecciones apotropaicas con el fin de levantar pisos siguiendo fielmente el típico motivo de "Alien", "Piraña", "España" y otras producciones de catástrofes en las que los chanchullos se confabulan con la ceguera y la corrupción desencadenando fuerzas naturales o sobrenaturales devastadoras: aliens en la Nostromo, pirañas en Lost River, dinosaurios en Jurassic Park, peperos en San Pedro del Pinatar, etc.
Un día, en un tranquilo hogar de la Calle Abdalá el Rico, en Ávila, una niña se levantará de madrugada, encenderá el televisor y...