Una noticia reciente decía que las personas con más dinero tienden a ser más groseras al volante ¡Debo de estar rodeado de conductores ricos! Porque todo el mundo pone caras torvas cuando, por circunstancias de la vía, acaban detrás de mi twingo del 95 que circula a una velocidad de crucero de 50 km/h. Pero la mayoría de esa gente ofuscada no se mueve en grandes carros, no parecen muy ricos. Lo que sospecho que ocurre es que ese twingo que marcha a velocidad razonable es una cortapisa a su libertad de circular en un rango de velocidades al que, aun dentro de límites técnicos y legales, creen que tienen derecho. La razón de las caras turbias sería el efecto de entorpecer una libertad asumida, la grosería una expresión no de la riqueza si no de la libertad (libertad en un entorno tan limitado no parece gran cosa, pero ese poquito de libertad si que es importante para los que disfrutan de la velocidad o están sujetos a horarios draconianos). El punto es que los obstáculos a esa libertad que nos va poniendo en nuestro camino el universo desencadenan reacciones de perplejidad y disgusto. Todos somos gente campechana, y los ricos más que nadie, es el universo el que se empeña en constreñirnos y estorbar.
Lo que sostiene la libertad es el poder. No tenemos libertad si no tenemos poder. A ciertos niveles populares el poder suele obtenerse con dinero, por eso parece que el problema de la grosería es la riqueza, pero la mayoría de personas con dinero también se encuentran atadas a las cosas que se lo proporcionan y a las cosas y enredos que han conseguido gracias al dinero. Son gente temerosa de dar un traspiés que les haga perder sus líos, su estatus, sus cosas y las fuentes con las que se pagan todo eso. Tienen dinero pero no tienen tanto poder de modo que su libertad no va mucho más allá que la de las personas que tienen menos cosas y riquezas que ellos. No pueden permitirse ser muy groseros porque no son muy poderosos. Lo que necesitamos para dejar fluir nuestra grosería con libertad es primero de todo poder. El dinero es una forma de obtener poder, pero como digo tener dinero no equivale a tener poder si uno es dependiente de las cosas que te lo proporcionan. Y el poder se puede conseguir de otras maneras.
Al poder también se llega por medio de la política, estableciendo unas reglas del juego donde todos tengamos un poder similar y por lo tanto seamos iguales o, por mor de alguna particularidad, algunos seamos "más iguales" que el resto. Y la tecnología también nos ha otorgado mucho poder más allá de las carreteras. Hoy en día nos permite gestionar mejor que nunca nuestras conversaciones. Podemos evitarlas, silenciarlas, aplazarlas es decir controlarlas según nuestros intereses y deseos. Por ejemplo, antaño subías por la escalera de casa y, como los vecinos no iban junto a iconos flotantes de "silenciar", "privado", "no estoy", etc te tocaba apechugar con la chapa del vecino del tercer piso. En aquellos tiempos se asumía con más paciencia la chapa porque no quedaba otra. Las chapas del vecino del tercero eran como el Sol o las estaciones, formaban parte inexorable de la vida. Ahora en cambio quedar atrapados en los interminables bucles verborreicos de un vecino del tercero sin iconos hace que nuestros ojos se inyecten en sangre, no porque el vecino no tenga sus iconos (de momento) es que nos hemos acostumbrado a tener más control sobre las conversaciones, y entonces nuestra respuesta es antipática incluso a pesar nuestro. Porque todos pensamos que somos "buena gente". Es sólo que ahora somos más libres.