Cuando el Partido Popular ganó las elecciones en el 2011, pronosticaba entre mis amigos que aún nos quedaban diez años de sufrimiento, en lo que llamaba un cambio de paradigma social. Los grandes ganadores de la Constitución de 1978, Alianza Popular y el Partido Socialista, fueron los que mejor dieron respuesta a la sensibilidad social del momento, dividida entre los simpatizantes del régimen dictatorial y de sus valores, y aquellos que sentían la necesidad de un cambio de en algunos valores, con un enfoque más progresista, pero que, como hijos de su tiempo, aún compartían con el PP muchos de sus valores. La historia de la degradación de ambas formaciones es bastante conocida: en lugar de plantearse su misión en el servicio al ciudadano, se compartieron en mafias endogámicas al servicio de sus intereses. Las estructuras que habían creado, no favorecían el crecimiento de verdaderos líderes, si no de aquellos que servían mejor a los intereses del partido: es imposible una renovación desde dentro de cualquiera de estos dos partidos porque supondría la defenestración de aquellos que han dedicado su vida al partido, y estos actores jamás lo van a permitir. A pesar de que los grandes medios de comunicación se dediquen a la defensa inexorable de estos hijos del antiguo régimen, porque en ello les va también la supervivencia, su caída de ventas y su incapacidad de conectar con los jóvenes les pronostica un futuro tan negro como el de las formaciones que defienden.
El nuevo paradigma social que está surgiendo tiene unos planteamientos éticos más avanzados: un reconocimiento del valor y necesidad de la diversidad, el rechazo de la corrupción, un mayor sentido de justicia social, la necesidad del diálogo entre los diferentes partidos políticos, un reconocimiento del respeto que merecen otras formas de vida no humanas. Y como argumento central, sería la necesidad de crear un mundo más emocional, que en lugar de poner el acento en las ideas que nos separan, intente encontrar el diálogo en las emociones que nos unen. Sí, es parte de la dinámica de la evolución social, como nos muestra la historia de la humanidad: cada generación enmienda en parte los errores de las que le precedieron; eso sí, con altibajos. La inmensa mayoría de los votantes de ambos partidos, comparten este universo de valores y por ello su voto va a alinearse mayoritariamente con ellos, porque en el fondo, se les está cuestionando a ellos mismos. La irrupción de Podemos en el panorama político me sorprendió, pero en el fondo denota el hecho de que ese cambio de paradigma social estaba tomando cuerpo. Uno de los elementos centrales de su proyección de futuro es crear una organización dinámica en la que no haya espacio para prácticas endogámicas. Una de sus lastres, es que aún no han sabido conectar con una generación de youtubers, entender sus necesidades y la relevancia de sus valores. El caso de Ciudadanos es diferente: algún genio pensó que un aggiornamento de la derecha sería suficiente, que bastaría con crear un “Podemos” de derechas. Pero su gran problema es que no hay detrás un planteamiento nuevo: en su estructura, en sus actuaciones y en la mayoría de sus valores se casan con los valores del antiguo régimen. Las formas más totalitaristas de la derecha radical, ponen el acento en los valores más extremos: religión, rechazo al inmigrante, y a pesar de su aparente auge, son los últimos y violentos coletazos de un paradigma que se resiste a morir. Pero es su insistencia y apego al pasado, los que nos lleva a crear y en creer en una sociedad más evolucionada, donde no hay límites a la imaginación para decidir en qué mundo queremos vivir.
Por lo que sí, lo que estamos viviendo estos días, es una lucha de valores entre dos paradigmas sociales