En una reciente historia #1 publicada en el sub de |articulos (el sub de artículos para las clases populares) el prolífico @Feindesland relata el lamento de un hijo fach... quejoso, que reprocha amargamente a su padre, un humilde fresador, el haber dejado de atender a la familia para dedicarse a luchar por los derechos de los trabajadores durante el franquismo. El hijo debería haber enfocado su saña contra la ideología y sus propagandistas, porque el error del padre fue ser proletario y contraer el virus de la izquierda, algo a lo que sólo deberían exponerse los ricos. Como comenté en el hilo: para ser un buen revolucionario de izquierdas #2 sólo puedes ser un pijo, no un desarrapado de los que echaron de la pizzería, se rebotó contra la franquicia de la multinacional que le explotaba y ahora repite como loro proclamas de nuevos populismos progres. El revolucionario de verdad tiene que ser primero un príncipe, un aristócrata, un mantenido, un funcionario o un universitario ocioso con la vida resuelta y acceso constante a fiestas y cultura. Porque el pizzero #3, en cuanto encuentra un nuevo sitio donde servir, enseguida vuelve a engrosar las filas de los populistas reaccionarios, ya no digamos quien consigue aburguesarse llegado también de la explotación y el miedo a la miseria. Esos corazones temerosos siempre serán esclavos del poder. Si el padre del relato se hubiera preocupado por atender a la familia se habría fundido con ella en el anonimato de las pequeñas servidumbres cotidianas que inevitablemente se multiplicarían conforme trabajara más y más para ellas, sin conseguir nunca espacio con el que hacer despegar su carrera política #4. La sociedad de consumo lo habría lapidado junto a su mujer dentro de los nichos en los que viven aprisionadas el resto de familias que la perpetúan #5. No lo hizo y sobresalió para cambiar las cosas. La moraleja de la historia es que si quieres volar tienes que ser un zángano y que te sostenga el hormiguero.