Voy a hablar de los seres más aparatosos del planeta. Los descubrí cuando me topé con la noticia de un individuo que se cepilló la talla de un hórreo del siglo XVI que representaba a tres humanos en un acto amatorio. El tipo partía de ideas atávicas y oscuras sobre la sexualidad pero se pulió la talla con una lijadora rotorbital con batería de ión de litio, con lo que cepillarse la pieza le llevó mucho menos esfuerzo que al burro de antaño. Ya empezaba a reconocerlos cuando los encontré en otra noticia sobre unos aborígenes que se dedicaban a vapulear periodistas para evitar la grabación de su fiesta, que consistía en perseguir a un toro con un montón de todoterrenos que terminaban en un polvoriento atasco descomunal en medio del campo. Y a partir de ahí, noticia tras noticia, reconocí el imperio de la tecnoburrería*. Pero había colisionado con ellos mucho antes, fueron los talibanes que volaron por los aires con dinamita y disparos de tanques los budas de Bamiyan, los creacionistas con los que discutí en listas de correo, y que bien pronto habían usado Internet para propagar sus ideas de la Edad del Bronce sobre el origen de la vida, son los ceos de redes sociales que aplican algoritmos de reconocimiento de imágenes para censurar fotos de pechos de mujeres o los grupos religiosos organizados en redes para impedir el toples en las playas, son los youtubers famosos con discursos misóginos que ya eran viejos para sus tatarabuelos.
Los tecnoburros no son simples brutos, no carecen de conocimientos, son cabecicubos reaccionarios, pero pueden ser inteligentes y cultos, además de poseer la instrucción técnica con la que organizan sus desaguisados. Los hemos visto aparecer desde el cuñadismo de toda la vida, incapaz de ir más allá de la seguridad de la oralidad efímera de las discusiones de sobremesa donde sus argumentos se hacen notar mediante el estruendo o la gestualidad del simio, transcendiendo su condición de despotricadores de barra de bar hasta dominar tecnología con la que llenaban de basura de powerpoints nuestros correos, para acabar organizando por medio de artilugios electrónicos movidas más serias. La tecnoburrería no es ninguna tontería, innumerables veces los tecnoburros me han hecho migas por meterme a lo loco en campos en los que eran especialistas o porque sabían más o eran más inteligentes que yo, y si en esas ocasiones no he salido demasiado molido fue a costa de dejar falacias y un montón de emojis por el camino. Vivimos la apariencia de una civilización moderna, pero tenemos a millones de burros con conocimientos para pilotar drones, disparar misiles teledirigidos o manejar una exitosa cuenta de Youtube que están funcionando con mentalidades de hace mil años y dominan tecnología con la que se dedican a desarrollar una burrería de mayor impacto. Gracias a ellos más que progresar estamos tecnificando la barbarie.