Como tantos otros espíritus atormentados, quebrados y débiles, Daville descubrió, en medio de sus sufrimientos y vacilaciones interiores, un punto luminoso y constante: el joven general Bonaparte, vencedor en Italia y esperanza de los que, al igual que Daville, buscaban una vía intermedia entre el Antiguo Régimen y la emigración por un lado, y la Revolución y el terror por otro.