- El Sionismo
1.1. El Acuerdo Sykes-Picot
- El Mandato Británico sobre Palestina
- La Segunda Guerra Mundial y la creación del Estado de Israel
3.1. Plan de Partición Territorial
- El conflicto durante la Guerra Fría
4.1. La guerra de los Seis Días
4.2. La Intifada
- Conclusiones
Referencias y bibliografía
1. El Sionismo
Hoy día el sionismo continúa teniendo absoluto poder político, judicial y militar en el criminal Estado de Israel, trabajando sin descanso por alcanzar sus dos objetivos principales: crear un Estado exclusivamente judío – con el correspondiente apartheid de la población árabe-palestina – y cuyo territorio sea el que el Antiguo Testamente adjudica al pueblo hebreo. A causa de esto el pueblo palestino tiene la trágica particularidad de ser la sociedad más expoliada desde el final de la I Guerra Mundial.
El sionismo comenzó siendo un movimiento ligado fuertemente al nacionalismo a finales del siglo XIX (el primer Congreso Sionista se celebró en Basilea en 1897), que reclamaba la creación de un Estado judío en Palestina por medio de un “hogar nacional en Palestina”. A principios del sigo XX, el movimiento sionista buscó tejer relaciones con las principales potencias europeas, como fue el caso de Gran Bretaña. “El lema un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo negaba la existencia de la población originaria palestina que habitaba en esas tierras desde hacía cientos de años”. Por supuesto, los líderes sionistas eran plenamente conocedores de la realidad demográfica del territorio que ansiaban. Por ello, se esforzaron por realizar una emigración judía masiva a Palestina, estableciéndose, además, en zonas con gran valor estratégico.
La ideología sionista, su movimiento, es el reflejo de los intereses de clase; en concreto, de los intereses de la pequeña-burguesía judía que se vio asfixiada en un momento en el que la configuración del capitalismo provocaba que la existencia de sociedades precapitalistas como Pueblo-Clase fuera una contradicción. Con el desarrollo del capitalismo, la única alternativa era la asimilación en las potencias capitalistas europeas. En Europa Occidental se creó rápidamente una burguesía “judía”, en contraposición con lo sucedido en Europa Oriental donde la asimilación fue más lenta a causa del proceso del desarrollo capitalista, también más lento, en esa zona.
Con esto, el pueblo judío había perdido su cohesión, siendo marginales en las sociedades orientales, donde la gran mayoría trabajaba la artesanía y el pequeño comercio. En ese contexto, se realizó el Congreso Fundacional de la Organización Sionista (1897), donde Teodoro Herzl dio fuerza al propósito de crear un hogar nacional judío. Sin embargo, el sionismo tenía otro problema, la posibilidad de que el marxismo, y la existencia de revolucionarios de origen judío – como Rosa Luxemburgo – pudieran atraer hacia sí a las masas judías mediante el movimiento bundista. A partir de entonces, el sionismo buscará una ligazón con el imperialismo inglés, que tendrá su reflejo más inmediato en la Declaración Balfour, que veremos más adelante.
1.1. El Acuerdo Sykes-Picot
Con la derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial (1914 – 1918) y su posterior disolución, se produjo, por un lado, el renacimiento de los nacionalismos panárabes en la zona de Próximo Oriente. Por otro lado, esto alentó también las ansias intervencionistas de Reino Unido y Francia que, por medio del sistema de mandatos de la Sociedad de Naciones, controlaron los territorios de Palestina, Irak y Jordania (por aquel entonces Transjordania) en el caso británico, y Siria y el Líbano en el caso francés. El reparto de los territorios anteriormente otomanos en Oriente Medio se realizó por medio del acuerdo secreto de Sykes-Picot (1916), llamado así por ser elaborado por sir Mark Sykes, noble inglés, y François Georges-Picot, diplomático francés:
“El cuerdo de Sykes-Picot era secreto y solo sería conocido por los árabes a finales de 1917 cuando fue encontrado por los bolcheviques en los documentos del zar y liberado por ellos. Los británicos consideraban a los franceses como sus principales rivales para la ocupación del territorio otomano en el Oriente Próximo.” (Sánchez, 2017, p. 10)
El final de la era otomana cerró un extenso capítulo de la vida político-social de Palestina, pero abrió un nuevo capítulo que hoy en día sigue abierto.
2. El Mandato Británico sobre Palestina
Fue a finales del siglo XIX cuando aumentaron de forma imparable las aspiraciones de independencia por parte de los palestinos hacia el Imperio Otomano. Tras su derrota en la guerra e inevitable colapso, las aspiraciones palestinas fueron negadas por Gran Bretaña, que impidió la creación de un Estado palestino independiente y, al contrario, se esforzó por crear un “hogar nacional judío”. Censos de 1914 muestran como la población palestina era de, aproximadamente, 683.000 personas y la población judía de, aproximadamente, 60.000, es decir, un 9%.
La doble necesidad de combatir la inmediata creación del Estado de Israel, junto a las ansias colonialistas británicas que negaban la identidad nacional palestina, dio un nuevo impulso y consolidó la identidad nacional palestina, cuyas prioridades giraron en torno a la defensa de la tierra, el retorno de los refugiados y la lucha contra el sionismo. A partir de este punto, el conflicto se universalizó.
En noviembre de 1917, mediante una carta firmada por Arthur James Balfour, Secretario de Relaciones Exteriores británico, conocida como Declaración Balfour [1], el Reino Unido se declararía favorable a la creación de un “hogar nacional judío” en lo que hasta entonces era el Mandato Británico de Palestina. La carta, entre otras cosas, señalaba: “El gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y hará todo lo posible para alcanzar este objetivo. Nada de esto debe ir en perjuicio de los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”. Diversas potencias, como Francia y los EE. UU., respaldaron esta decisión.
El pueblo palestino realizó en 1919 el I Congreso Nacional Palestino en Jerusalén, al objeto de oponerse a la Declaración Balfour y reclamar la independencia. Independencia que, por otra parte, había sido prometida por los británicos. Durante el año siguiente los palestinos realizaron seis meses de huelgas y movilizaciones a causa de las usurpaciones de tierra y la inmigración ilegal judía, cuyo fin era justificar las aspiraciones territoriales. La región de Palestina fue el lugar seleccionado para la instalación del Estado hebreo bajo la justificación bíblica de que esas tierras constituían Sion o Tierra de Israel, donde el pueblo israelí había estado asentado por milenios. No obstante, para el siglo XIX su presencia en la región era prácticamente nula.
En abril de 1920 se celebra la Conferencia de San Remo (Italia), la cual garantiza el Mandato Británico sobre Palestina.
En 1921, Winston Churchill fue nombrado Secretario de Estado para las Colonias, siendo la resolución de la cuestión palestina una de sus principales tareas. Así, en junio de 1922 se elaboró el conocido Libro Blanco de Churchill, cuyo fin era la creación de un Estado binacional entre árabes y judíos, fomentando la continuación de la inmigración judía.
Es en el año 1935 cuando comenzaría la rebelión del pueblo palestino contra la ocupación inglesa, realizando una huelga de seis meses en 1936 que se extendió hasta el año 1939. Durante ese período, el ejérito británico se sirvió del ejército sionista Haganah para detener los intentos de insurreción.
3. La Segunda Guerra Mundial y la creación del Estado de Israel
El ascenso del fascismo en Europa, teniendo una importancia crucial el III Reich por su carácter antisemita, provocó que cada vez más judíos gastasen dinero para entrar en el Mandato Británico de Palestina y hacerse con multitud de territorios, “lo cual comenzó a crear una enorme tensión entre árabes y judíos que se vio cristalizada en la creación de la Hagana (que más tarde derivaría en las fuerzas armadas israelíes), el Stern (de carácter anticolonial) y el Irgún.” [2]
En 1939, se promulgó un nuevo Libro Blanco, que no fue del agrado de los sionistas ya que uno de sus elementos clave era la creación de un Estado independiente de Palestina en un período de 10 años. Así mismo, renunciaba a la Declaración Balfour y limitaba la inmigración judía y la venta de tierras; la inmigración judía hacia Palestina quedó restringida a un máximo de 75.000 personas en los próximos cinco años (para ser posteriormente detenida a decisión de la población árabe) y se restringía la compra de nuevas tierras a los judíos. Esta resolución fue rechazada por los sionistas, quienes organizaron milicias, como fue el caso de la organización terrorista Irgún – Organización Militar Nacional en la Tierra de Israel –. Además, buscarían el apoyo internacional de las potencias mundial. Apoyo que terminaron encontrando en los Estados Unidos con los presidentes Franklin D. Roosevelt y Harry S. Truman.
La limitación a la inmigración y hacia la compraventa de tierras llegó en un momento en el que la expansión nazi en Europa hacía imposible la vida de los judíos. Por ello, comenzaron a realizarse operaciones clandestinas de inmigración ilegal junto a la formación de organizaciones paramilitares. Los sionistas salieron de esto más fortalecidos que los palestinos, que contemplaban como las promesas británicas, al igual que ocurrió en 1916, caían en saco roto. Los sionistas salieron fortalecidos en tanto que comprendieron que la solución al conflicto se desarrollaría por los cauces militares y no mediante negociaciones.
Durante la década de 1930, pese a los problemas, se fundaron asentamientos judíos de enrome tamaño a la par que desarrollaron importantes empresas de carácter agrícola e industrial. Durante esta década la comunidad judía se triplicó, especialmente al huir de las persecuciones nazis en Europa, llegando a la cifra de 250.000 judíos en Palestina.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el proceso que llevaba décadas sucediéndose en Oriente Próximo se aceleró por tres motivos: el entusiasta apoyo de la URSS a la creación del Estado de Israel – que buscaba ejercer su control político en la zona –; la implicación directa de EE. UU. en el proceso; y las fuerzas ejercidas entre los propios pueblos de Próximo Oriente.
Hacia 1940, en un marco en el que el sionismo se distanciaba del imperialismo inglés, comenzó a popularizarse la idea de hablar del sionismo como un movimiento nacional judío, relacionado directamente con el problema de la emancipación de un pueblo oprimido. El sionismo se sirvió aquí de los movimientos nacionalistas que florecían en Asia, África y América Latina. No obstante, su rumbo fue totalmente contrario a los desarrollos nacionales de la época. Los procesos que vivieron países como la India tenían el claro objetivo de liberarse de la dependencia colonial, mientras que el sionismo significó la alianza con las potencias capitalistas coloniales.
Como hemos podido comprobar, la creación del Estado de Israel es un hecho totalmente determinante a la hora de configurar la historia del último siglo en el Oriente Próximo. Tras finalizar el Mandato británico se comprobó la incapacidad de dividir el territorio palestino en una zona judía y otra árabe. Así, el Estado de Israel se fortaleció con la guerra y el apoyo internacional de las potencias occidentales, como fue el caso de ingleses, franceses y estadounidenses. Sin embargo, será a partir del Plan de Partición Territorial y las guerras a finales de la década de 1960 cuando comience una extensión como nunca antes vista de los sionistas hacia los territorios de Palestina.
3.1. Plan de Partición Territorial
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los horrores del holocausto y la necesidad de asilo de miles de judíos provocaron una nueva oleada emigratoria a Palestina. Los conflictos dentro del mandato británico se fueron sucediendo; se produjo el asesinato del representante británico del Mandato y, en 1946, una explosión del hotel Rey David en Jerusalén – llevado a cabo por Irgún – acabó con la muerte de 100 personas. Este contexto llevó a que Reino Unido renunciara a su dominio y otorgara la potestad de decidir a la Asamblea General de la ONU, que ofreció un Plan de Partición territorial a través de la Resolución 181 (II) (29 de noviembre de 1947) [3]. Esta resolución terminaba definitivamente con el Mandato Británico sobre Palestina y obligaba a las fuerzas armadas británica a retirarse del territorio antes de agosto de 1948. Tras esto, comenzarían a existir en Palestina dos Estados independientes; uno árabe (43% del territorio) y otro judío (56% del territorio), con un régimen especial para la ciudad de Jerusalén (1% restante del territorio), que fue constituida como corpus separatum bajo un régimen internacional especial y administrada por las Naciones Unidas. Los palestinos, que constituían el 70% del total poblacional y tenían el 92% del territorio, fueron recluidos en el 43%. El resto fue entregado a los judíos, que representaban el 30% de la población y poseían el 8% de tierras restantes.
Tras la aplicación de esta resolución vino la proclamación del Estado de Israel. “Israel ha sido la cuna del pueblo judío. Aquí se ha forjado su personalidad espiritual, religiosa y nacional. Aquí ha vivido como pueblo libre y soberano; aquí ha creado una cultura con valores nacionales y universales”. Con estas palabras, el 14 de mayo de 1948, el líder sionista David Ben Gurión proclamó unilateralmente la independencia del Estado de Israel.
Paralelamente, comenzó a forjarse en Oriente Medio la unión de varios países árabes – Egipto, Irak, Jordania (Transjordania), Líbano, Arabia Saudí, Siria y Yemen del Norte – fue la denominada Liga Árabe. Semanas después, se añadieron Libia, Marruecos, Sudán Kuwait, Argelia y Túnez, a fin de garantizar políticas comunes beneficiosas y tomar acción contra lo que consideraban un enemigo común: el reciente Estado de Israel, puesto que su creación fue considerada como una agresión hacia el pueblo árabe en su totalidad.
Esto derivó inmediatamente en una guerra entre el ejército israelí y los árabes de Egipto, Líbano, Siria, Irak, Transjordania, Arabia Saudí y Yemen, conocida como la primera guerra árabe-israelí (1948-1949), que concluyó con la victoria de Israel y la expulsión de los palestinos del territorio. El nuevo Estado se asentó y nació así el conflicto de Oriente Medio.
Más 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares, se vieron obligados a huir a países vecinos – especialmente Líbano, Siria y Jordania – y tuvieron que instalarse en campos de refugiados. Sólo 150.000 palestinos permanecieron en sus tierras, convirtiéndose en minoría dentro del Estado judío. Incluso la propia terminología nos muestra como esta guerra era concebida de diferente forma por unos y otros; los israelíes la denominaron guerra de independencia, los palestinos utilizaron el término nakba, que significa “catástrofe” en árabe, ya que supuso la renuncia completa al estado independiente prometido por Gran Bretaña y la ONU.
“Las investigaciones realizadas por historiadores israelíes y palestinos han mostrado que, en muchos casos, la salida fue alentada, cuando no planificada, por diferentes unidades militares judías (tanto los grupos Irgun y Stern como las tropas regulares de la Haganah). La implantación del proyecto sionista requería necesariamente el empleo de la fuerza para expulsar a la mayor parte de la población nativa, habida cuenta de que el Estado naciente fue concebido exclusivamente como un Estado judío.” (Álvarez-Ossorio, 2003, p. 3)
Una vez terminada la guerra será cuando intervenga la Asamblea General a través de su Resolución 194 (III), Informe sobre el progreso de las gestiones del Mediador de las Naciones Unidas [4], que estableció una Comisión de conciliación compuesta por Francia, Turquía y EE. UU. encargada del desarrollo económico del territorio, así como de la repatriación y reinstalación de los refugiados palestinos. Esta resolución, en teoría, reclama la compensación hacia los refugiados palestinos por las pérdidas ocasionadas por la guerra. No obstante, el Estado de Israel siempre se ha negado a reconocer y aplicar esta y otras resoluciones.
4. El conflicto durante la Guerra Fría
Oriente Próximo se incorpora por méritos propios en las dinámicas de la Guerra Fría; su importancia radicaba en que era la principal área en cuanto a reservas globales de petróleo, de vital importancia hasta 1973, lo cual no podía sino incentivar la influencia de las dos superpotencias de la época: Estados Unidos y la Unión Soviética.
La cooperación soviética con los países de la región se da en 1956, cuando se pronunció en defensa de Egipto y le proporcionó ayuda política-militar-económica ante los ataques por parte de Gran Bretaña, Francia e Israel en la Guerra de Suez. Nos encontramos en un periodo en el que el anticolonialismo de la Unión Soviética incrementaba su importancia y presencia en la región, cosechando las simpatías de amplias masas que, por aquel entonces, se entusiasmaban ante el desarrollo independiente y exitoso de la potencia socialista, por lo que algunos líderes vieron en el Estado obrero la posibilidad de cooperar económica y militarmente.
4.1. La guerra de los Seis Días
Mientras tanto, la Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas (UNEF) ocupaba territorios a fin de “mantener la paz en la región”:
“Las tensiones en las fronteras fueron aumentando en los años siguientes con la intervención de la aviación, carros de combate y guerrillas. En 1966 Egipto y Siria realizaron una alianza militar contando con el apoyo de la Unión Soviética. Iniciado 1967, los problemas fronterizos eran diarios.” (Bacchiega, 2017, p. 2)
Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto, tomó la decisión de expulsar a la UNEF de su territorio, utilizando para ello soldados egipcios y palestinos que se movilizaron sobre la frontera con Israel. Además, bloqueó el paso a los buques de bandera israelí por los estrechos de Tirán con la cooperación de Irak y Jordania. El Estado de Israel consideró esto como una ofensiva y movilizó sus tropas. Llegados a este punto la guerra era inevitable.
Entre los días 5 y 10 de junio de 1967, el conflicto árabe-israelí y la geopolítica de Medio Oriente cambiaron radicalmente. En esta breve batalla, el Estado de Israel se enfrentó y venció a Egipto, Irak, Jordania y Siria. Tras el bombardeo israelí durante la madrugada del 5 de junio – conocida como Operación Foco –, una enorme parte de la aviación egipcia quedó completamente destruida. Los enfrentamientos en tierra se dieron en diferentes frentes, destacando la batalla en la península del Sinaí que luego se trasladó hacia zonas de Jordania y Siria. La superioridad militar de Israel quedó patente e Irak no tuvo tiempo de llegar a intervenir.
Israel provechó esta situación para seguir con su labor imperialista, ocupando territorios de los estados derrotados como la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad de Jerusalén y los Altos del Golán. Tras esto, la Unión Soviética rompió todo tipo de relaciones de Israel por la ocupación de los territorios anexionados en la guerra. También reaccionaría el pueblo palestino, que creó grupos armados como el Frente Popular para la Liberación de Palestina. La derrota de los ejércitos árabes marcaba el camino hacia la defensa mediante la lucha guerrillera. La incapacidad de la Unión Soviética para prevenir el enfrentamiento fue uno de los mayores fracasos geopolíticos de la época. La posición de los EE. UU., claramente a favor de Israel, dejó a los árabes en una posición de enorme debilidad. No obstante, “el equilibrio de las fuerzas mundiales permitió a los árabes sobrevivir y recobrarse del sorprendente golpe.” [5]
4.2. La Intifada
La historia reciente de Palestina no se entiende sin la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), donde se integraron los grupos armados tras la derrota árabe en 1967. Tras los problemas con Jordania en la década de 1970, la OLP viró su estrategia hacia el reconocimiento diplomático. En octubre de 1974, La OLP fue admitida como observadora por parte de la Asamblea Nacional de la ONU. Un año después, en noviembre de 1975, la Asamblea General estableció el sionismo como una forma de racismo y discriminación racial.
Durante la década de los ochenta, los israelíes trataron de destruir toda estructura de la OLP, y en especial su contingente militar. Para ello, en julio de 1982 fuerzas israelíes invadieron Líbano tratando de capturar dirigentes de la organización. La masacre ocurrida en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila aumentó la simpatía internacional hacia el pueblo palestino y aumentó las denuncias contra los crímenes que estaban sufriendo. La invasión del territorio libanés provocó la aparición de grupos pacifistas que reclamaban el diálogo de ambas partes, solución que, como bien se ha comprobado, es inoperante.
En 1987 los asesinatos de jóvenes palestinos a manos de patrullas militares israelíes llevaron a la realización de huelgas generales, protestas de la población civil y nuevas confrontaciones. Comenzó así la lucha de resistencia popular del pueblo palestino, iniciada en Gaza y Cisjordania a finales de ese mismo año, conocida como la Intifada o rebelión de las piedras, cuyo objetivo único era poner fin a la ocupación militar israelí.
“Como resultado de la guerra de 1967 Israel conquistó lo que quedaba de la Palestina histórica (Gaza y Cisjordania, incluida Jerusalén Este) desplazando a 350.000 palestinos. Los que quedaron, alrededor de un millón, son los padres de una generación de la Intifada. A partir del control de estos dos territorios palestinos, Israel impuso por la fuerza militar un sistema colonial que se caracterizó por un control político, estrangulación económica y represión ideológica cultural, con el objetivo de suprimir la identidad nacional palestina e impedir el desarrollo de una sociedad civil palestina que condujera a la formación de un Estado palestino independiente.” (Musalem, 2000, pp. 289-290)
La rebelión de la Intifada tiene especial importancia por ser el primer movimiento de amplias masas poblacionales de larga duración y políticamente bien organizado, adquiriendo las características propias de una guerra por la independencia que acabó por absorber a todos los sectores sociales. Un movimiento de resistencia que antepone la lucha nacionalista a las reivindicaciones de clase, pero cuyo instrumento de organización básica fueron los comités populares locales. Por supuesto, el coste de oponerse al Estado criminal de Israel ha sido enorme.
“Como respuesta a la Intifada, Israel intensificó las políticas represivas que habían caracterizado a las dos décadas de ocupación: expulsión masiva de palestinos, confiscación de bienes, demolición de casas y destrucción de árboles; asimismo, el cierre de colegios y universidades por largos períodos de tiempo, afectando profundamente el sistema escolar y la educación superior.” (Musalem, 2000, p. 291)
Además de todo lo mencionado, otra herramienta para combatir la desobediencia civil fue un enorme aumento de los impuestos, provocando la pauperización de los ciudadanos palestinos que vivían en las ciudades y el campo. A lo que hay que sumar los miles de muertos, heridos, lisiados, torturados – física y psicológicamente – y detenidos. A comienzos de la década de los noventa la imparable represión mermó considerablemente las fuerzas de la resistencia popular y la Intifada comenzó a perder ímpetu, a lo que se suma las consecuencias de la guerra del Golfo (que aumentaron las dificultades económicas de los palestinos) y la crisis interna de la organización (motivada por la deportación de la mayoría de los líderes del movimiento). Sin embargo, la resistencia popular sirvió para que Israel y la OLP, en septiembre de 1993, firmasen los acuerdos de Oslo, creando grandes expectativas internacionales de cara a alcanzar la paz. Sin embargo, como sabemos, la promesa israelí de desmilitarizar los territorios de Gaza y Cisjordania en un plazo de cuatro meses se incumplió.
5. Conclusiones
Hoy día el proceso de ocupación militar del territorio palestino, la colonización y el apartheid a su población se ha acelerado. La mayor parte del territorio de Palestina sigue bajo ocupación del Estado de Israel y la transformación demográfica y religiosa del terreno, en especial de Jerusalén, tiene como único fin reclamar toda la potestad territorial para constituir un Estado judío indivisible. Todo esto violando las resoluciones de las Naciones Unidas y con un absoluto desprecio por la vida humana.
Tampoco han sido capaces ni los acuerdos de paz ni ninguna de las potencias capitalistas occidentales de resolver el problema de los millones de refugiados palestinos, a quienes Israel arrebató sus tierras y casas mediante la guerra, y ahora niega toda reparación o retorno. La mayor parte de Palestina, así como los recursos del país, ya están bajo las garras del sionismo, que no dudará en anexionarse todo lo posible de cara a que el derecho de autodeterminación palestino tenga cada vez menos fuerza y apoyos.
El conflicto árabe-israelí es un auténtico borrado del pueblo palestino. Incluso en los momentos en los que las organizaciones palestinas y los organismos internacionales establecían momentos o procesos de paz, ello no impidió que se continuara con la ocupación militar, el deterioro general de la vida de los palestinos y la represión a todos los niveles posibles.
La resistencia del pueblo palestino nos da una valiosa lección; la lucha por la libertad e independencia solo son posibles mediante la rebelión popular.
SECRETARÍA DE RELACIONES INTERNACIONALES DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (PCOE)
Referencias
[1] Corbin, J. (2017). La Declaración Balfour: las 67 palabra que hace 100 años cambiaron la historia de Medio Oriente y dieron pie a la creación del Estado de Israel: BBC. Recuperado de www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-41824831
[2] Mateos, J. (2019). Palestina e Israel: un conflicto centenario: Círculo de Análisis EuroMediterráneo. Recuperado de circuloeuromediterraneo.org/conflicto-palestina-israel/
[3] Resolución 181 (II) aprobada sobre la base del informe de la Comisión Ad Hoc encargada de estudiar la cuestión de Palestina. Recuperado de undocs.org/es/A/RES/181(II)
[4] Resolución 194 (III) Palestina – Informe sobre el progreso de las gestiones del Mediador de las Naciones Unidas. Recuperado de undocs.org/es/A/RES/194 (III)
[5] Agwani, M. S. (1970). El conflicto árabe-israelí la dimensión política. Foro Internacional Vol. 10, N.º 4 (40), pp. 382-391.
Bibliografía
- Álvarez-Ossorio, I. (2003). Claves sobre el conflicto palestino-israelí. Cuadernos Bakeaz, n. º58.
- Bacchiega, J. (2017). La guerra de los Seis Días. Medio siglo después (1967-2017). Instituto de Relaciones Internacionales.
- Musalem, D. (2000), La Intifada: lucha de resistencia popular palestina. En Susana B. C. Devalle (2000). Poder y cultura de la violencia, pp. 289-300: El Colegio de México.
- Sánchez, E. (2017). Sobre las raíces del problema siria: parte III, la influencia de los actores geopolíticos globales y regionales con intereses en la zona. Instituto Español de Estudios Estratégicos.
- Sorby, K. (2001). Great Powers and the Middle East after World War II (1945-1955). Asian and African studies 70, pp. 56-79.