Al margen del debate de si el cambio climático está siendo producido por el ser humano, por los ciclos geológicos terrestres o por los pedos de las vacas lecheras, lo que es innegable y evidente es que el planeta se está calentando cada día más, por mucho que Iker Jiménez saque en Horizonte a especialistas en datos que dibujan gráficos de barras muy bonitos, de colorines.
El deshielo polar es una de las consecuencias más evidentes de este sobrecalentamiento, pero no por el aumento del nivel de los océanos, que también, sino porque se está constatando ya la posibilidad de que, con la descongelación, se liberen organismos microscópicos —virus y bacterias, concretamente— que llevan criogenizados desde hace decenas de miles de años y que pudieran volver a la vida en un entorno nuevo que no conocen. Pero lo más peligroso: organismos que nosotros no conocemos y para los que no tenemos protección inmunitaria.
Ya en la década de los cincuenta del siglo pasado, parte del material genético del virus de la (mal llamada) Gripe Española, causante de una pandemia mundial entre 1918 y 1920, fue aislado de una de sus víctimas cuyo cuerpo congelado se había conservado en el permafrost de Alaska, Estados Unidos. Y sabemos, por desgracia, que todos estos microorganismos pueden "resucitar" tras un largo período de congelación.
Otro caso aún más grave. Hace más de 75 años parece que murió un reno infectado con la bacteria del ántrax, y su carcasa congelada quedó atrapada bajo una capa de permafrost. en 2016, dicha capa descongelada liberó la sustancia en un remoto rincón de la tundra siberiana, llamada Península de Yamal, en el Círculo Polar Ártico, afectando un niño de 12 años que falleció; al menos veinte personas más fueron hospitalizadas.
¿Qué ocurriría si se liberaran virus o bacterias de hace 50.000 años?
Si esto no nos parece grave, es que estamos inmunizados ya contra la estulticia.