Solo puedo decir que siento una profunda tristeza al comprobar que los medios de comunicación españoles han pasado de puntillas por una de las más trascendentales efemérides de la reciente historia de nuestra gloriosa patria. El 22 de julio se han cumplido 50 años de la restauración de la monarquía borbónica. Para ello se celebró un pleno de las cortes en el que nuestro glorioso e invicto líder Francisco Franco, a la sazón Caudillo de España por la Gracia de Dios, propuso a su Majestad Juan Carlos I como la persona que debía sucederle a título de Rey en la jefatura del Estado.
Se daba así cumplimiento a la ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947 en la que ya se determinaba que la forma de gobierno natural de la nación española debía de ser la monarquía, originada en los primeros monarcas instituidos por designio divino para conducir la reconquista del sagrado territorio español a los infieles musulmanes que lo mancillaban con su presencia.
A sangre y fuego tuvo que derribar Franco la pérfida república instaurada por las hordas judeo masónicas y comunistas que creían que su victoria era definitiva. La vuelta de la monarquía católica, institución natural para gobernar la patria por su origen divino, era la consecuencia ineludible de la victoria de las fuerzas nacionales en la gloriosa cruzada.
Y el Caudillo tomó entonces otra trascendental decisión, justificada en la autoridad que le venía de su victoria frente a las hordas rojas, auspiciada directamente por el mismísimo Creador. Su sucesor no sería el infame traidor Juan de Borbón, cuyos derechos dinásticos habían decaído evidentemente al pretender desde su exilio en Suiza que el poder de Franco no era legítimo y debía retirarse para dejarle a él como Rey de España. Sería el príncipe Juan Carlos, que sería convenientemente formado en nuestro territorio en los principios fundamentales del glorioso movimiento.
Bien es verdad que, tras el aciago fallecimiento de nuestro invicto líder, tuvieron que darse algunos pasos para poner al día las estructuras del Estado Español instauradas durante los años de mandato del Caudillo.
En la Constitución aprobada en 1978 se cedió en muchas cosas, pero se mantuvieron las tres cuestiones nucleares que definieron los años gloriosos anteriores: La Monarquía, personificada en la figura del Rey Juan Carlos I; la sagrada unidad e indivisibilidad de la patria, garantizada por nuestras fuerzas armadas; y la obligación del Estado de colaborar con la Iglesia Católica, depositaria de la esencia religiosa de nuestra católica patria. Una colaboración basada en los acuerdos con la Santa Sede, que dan fe de los inalienables derechos de la Iglesia en temas tan esenciales como la educación de nuestros infantes, futuros defensores de la fe inherente al carácter español.
Reconforta ver a diario como nuestro actual líder Pablo Casado, así como otros políticos íntegros como Santiago Abascal o Alberto Carlos Rivera, demuestran que han entendido perfectamente que la monarquía, la unidad de la patria y su carácter católico son las cuestiones básicas del texto constitucional, siendo todo lo demás minucias que pueden ser eliminadas o revisadas convenientemente en cualquier momento.
Recordad los gloriosos versos: Por Dios, por la Patria y el Rey, murieron nuestros padres …
P.D.: ¡Salud y República!