Los humanos llevamos diez milenios interfiriendo con el curso parsimonioso de la biología animal –desde la domesticación neolítica de centenares de ellos hasta las autopistas que fragmentan hoy su hábitat—, pero las cosas se están acelerando en nuestro tiempo. Los drones, de los que pronto habrá atascos en el aire, ya han empezado a ahuyentar a los elefantes, despertar de su pesado sueño a los osos, perturbar la intimidad familiar de las focas y, en justa correspondencia, a recibir el ataque en pleno vuelo de gansos y águilas.