Seguramente, cuando Sylvia Plath (Boston 1932 – Londres 1963) se propuso ir a la cama la noche del 10 de febrero de 1963, ni ella misma pensaba que a la mañana siguiente, después de preparar cuidadosamente el desayuno a sus dos hijos y asegurarse de que nada les iba a pasar, levantaría una suerte de búnker en su cocina y abriría el gas que firmó su muerte aquel día. Qué pensó entonces sigue siendo un misterio.
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