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Huir de la Ciudad
Hace poco tiempo, los habitantes de Fort McMurray, en Alberta (Canadá) se veían forzados a abandonar sus hogares debido a que tenían el incendio de su bosque invadiendo las casas, hechas de madera. Una terrible pérdida con la que muchos en Norteamérica ya se ha solidarizado.
Pero los incendios y los desastres no son solo naturales: también pueden ser artificiales, como una guerra, una depresión económica, o una pésima gestión pública. Cualquiera puede ver cómo el Estado de Bienestar que se prometió a nuestra generación (trabajo, estabilidad, cumplimiento de unos mínimos en derechos humanos) ha quedado en eso: promesas electorales de las cuales nadie se acuerda una vez se ha llegado al puesto de gobierno. Es hora de volver a plantearnos las preguntas que ya se hicieron otros en su día durante por ejemplo la Gran Depresión o en la posguerra: ¿Merece la pena seguir por encima del radar? ¿Me da el alquiler para ahorrar o sólo para sobrevivir? ¿Viviría mejor en un sistema en el que la vida humana tuviera más valor? ¿Es posible vivir dignamente fuera de la ciudad como madre y como explotadora? ¿Es posible escapar a la presión social de la gente a quien queremos? En definitiva:
¿Superan las ventajas de vivir en ciudades a sus inconvenientes?
Y si no es así, ¿Qué hacer? ¿Montar una comuna? ¿Recuperar pueblos abandonados? ¿Intentar vivir de una agricultura de subsistencia? ¿Abandonarlo todo y meterse a pastor?
Esto son preguntas que me hago y que creo que más personas deberíamos hacernos, porque el hecho de que la mayoría de la gente que conozcas viva en una ciudad no significa que sea la opción que más te convenga: sólo es aquella que has acabado aceptando.
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Saludos y por favor comentad cómo haríais vosotros.
Pero los incendios y los desastres no son solo naturales: también pueden ser artificiales, como una guerra, una depresión económica, o una pésima gestión pública. Cualquiera puede ver cómo el Estado de Bienestar que se prometió a nuestra generación (trabajo, estabilidad, cumplimiento de unos mínimos en derechos humanos) ha quedado en eso: promesas electorales de las cuales nadie se acuerda una vez se ha llegado al puesto de gobierno. Es hora de volver a plantearnos las preguntas que ya se hicieron otros en su día durante por ejemplo la Gran Depresión o en la posguerra: ¿Merece la pena seguir por encima del radar? ¿Me da el alquiler para ahorrar o sólo para sobrevivir? ¿Viviría mejor en un sistema en el que la vida humana tuviera más valor? ¿Es posible vivir dignamente fuera de la ciudad como madre y como explotadora? ¿Es posible escapar a la presión social de la gente a quien queremos? En definitiva:
¿Superan las ventajas de vivir en ciudades a sus inconvenientes?
Y si no es así, ¿Qué hacer? ¿Montar una comuna? ¿Recuperar pueblos abandonados? ¿Intentar vivir de una agricultura de subsistencia? ¿Abandonarlo todo y meterse a pastor?
Esto son preguntas que me hago y que creo que más personas deberíamos hacernos, porque el hecho de que la mayoría de la gente que conozcas viva en una ciudad no significa que sea la opción que más te convenga: sólo es aquella que has acabado aceptando.
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