En estas fechas solemos meternos con Tordesillas, aunque la verdad es que la población es blanco de protestas durante todo el año. Parece que damos demasiado la lata con ese pueblo y no criticamos con tanta frecuencia a otras ciudades donde el populacho también hace perrerías a los animales, sitios como por ejemplo Pamplona. Una explicación, para los que puedan apreciar que no todas las formas de maltratar son iguales aunque todas sean aborrecibles, consiste en señalar las características especialmente miserables del Torneo del Toro de la Vega (1). Y sin embargo la escala a la que se maltrata es mucho mayor en otros sitios. ¿Por qué no mola meterse con Pamplona?
La explicación del interés por Tordesillas puede que ande entre el siglo XVIII y principios del XXI cuando, tras pasar cientos de años masacrando bóvidos felizmente, un buen día el tordesillano amante de su tradición se encuentra con forasteros que llegan a su pueblo haciendo aspavientos, preocupados por un toro. Desde entonces se pregunta de qué planeta salieron todos esos frikis. De hecho el frikismo parecía extramuros de la villa tan universal que debió preguntarse en que realidad alternativa había acabado su pueblo. Con lo bien que pintaba el franquismo (2). Porque en el medievo estas cosas no pasaban. Quizá la autoridad religiosa dejaba caer alguna amonestación, pero la Iglesia siempre ha tenido cintura para embadurnar con su culto tradiciones arraigadas cuando no quedaba otra. Así se institucionalizaban fiestas, matanzas y lo que se terciara realizándolas entorno al nacimiento de Dios, de la Virgen de la Calabaza, del Santo del Zapato, etc. Los verdaderos problemas comenzaron con el Siglo de las Luces, cuando llegaron los modernos, con sus modas y sus incordios.
Y es que Tordesillas es un pueblo sorprendido por la modernidad. Aunque sus habitantes se consideren ciudadanos modernos porque publican mensajes en Facebook y poseen smartphones y carruajes de cinco marchas la realidad es que se comportan como brutos de las cavernas con aquellos que disienten de su tradición. Por eso no se puede encontrar a nadie en el pueblo que públicamente disienta con la tradición (3). Así que mientras cuentan con el dominio técnico suficiente para lloriquear en las redes sociales carecen de la sabiduría para acertar con la solución a su problema mediante una respuesta civilizada. Respuesta que podría consistir en no exponer excesivo número de palos y piedras ante las cámaras, y abrazar a la disidencia, permitiendo pacíficamente sus expresiones, manifestaciones y performances. Esto absorbería la mayor parte del activismo animalario, como ocurre en otras ciudades. Porque el debate, por pasional y ordinario que se torne, no llama la atención de los medios, y antitaurinos desnudos en el suelo cubiertos de pintura roja ya no son noticia.
Que la disidencia siga sin dar signos de vida en el pueblo y ellos continúen agitando palos a estas alturas (4) evidencia que aunque posean artilugios modernos nunca llegaron a adoptar las actitudes que caracterizan a la modernidad: cosas como la tolerancia, la libertad de expresión, la pluralidad de ideas y los espacios posibles para el debate. Sin embargo esta singular particularidad de sus mentalidades también es una oportunidad para los antitaurinos, porque deja a su merced a una población de irreductibles castellanos altomedievales incapaces de encajar en el mundo, perfectamente servidos para alimentar su activismo. Tordesillas es un jugoso icono de la España profunda, y los animalarios hacen bien en tratar de merendárselo antes de que prendan en esas atrasadas mentalidades ideas conciliadoras y amigables, se les ocurra ponerse boinas rosas o alguna otra chorrada vistosa y nos acabemos encontrando con otro Pamplona.
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