Me gustaría preguntar a cierta gente, entre ellos a no pocos periodistas, por qué a los activistas que mantean fetos de plástico en las manifestaciones provida los llaman ultracatólicos mientras ellos, que se han casado en una Iglesia, pasan de lo que digan los curas pero ocasionalmente van a misa o asisten a procesiones con la familia para que les echen caramelos, no se llaman a si mismos herejes. Si se hicieran bien las cosas estas personas deberían ser expuestas en plaza pública con sambenito y coroza a fin de que descubrieran la doctrina de su religión y participaran con más intensidad de sus expresiones populares, algunas de las cuales debería restaurar la Iglesia para escarmiento e instrucción de sus fieles.
También quería hacer una puntualización a los ateos, periodistas o activistas que tuvieron la mala idea de llamar "procesiones ateas" a esas animadas parodias en forma de procesión que no les dejan hacer ningún año. Procesión atea es una denominación desafortunada porque es injusto mezclar la certidumbre sobre la inexistencia de los dioses con la beligerancia hacia éstos o hacia sus cosas. Anticlericales o antirreligiosas serían términos más apropiados para definir estas marchas contestatarias y festivas que, aunque incluyen expresiones de escepticismo por parte de los incrédulos, también consisten en escenificar protestas por los atropellos de las asociaciones religiosas o por ciertas tradiciones que perturban a la ciudadanía, protestas en las que puede confluir todo el mundo con algo de sentido común.
Y es de sentido común que las asociaciones no metan su publicidad en las escuelas públicas, paguen sus impuestos o no se queden con propiedades por la cara. De modo que no sería raro encontrar en estas procesiones más deístas que ateos, o tropezar incluso con cristianos, porque también hay cristianos inteligentes, con sus propias razones para cuestionar la costumbre de mezclar los mensajes de Jesús con figuritas de dudoso gusto o con poderosas instituciones de moral incierta, mientras que un ateo, sólo por su escepticismo hacia los dioses, no tiene por qué estar en contra de la Iglesia o de las tradiciones de los pueblos.