Vivimos en manos de personas que han perdido completamente el contacto con la realidad. Sociópatas que, desde sus torres de marfil y sus carreras políticas crónicas, fagocitan con debates estériles el espacio, no solo político, sino también cultural y social de toda una nación. Asistes, entre la incredulidad y el asco, a conversaciones en un bar de un polígono industrial donde un obrero defiende a grito pelado el derecho a la gestación subrogada o a una discusión entre una mujer jubilada con una vecina sobre Cataluña, en un barrio de la periferia murciana.
Esta clase política que sufrimos, aupada por los medios y las redes sociales, ha conseguido crear una realidad paralela donde los bajos sueldos, el paro, el elevadísimo porcentaje de españoles que viven en riesgo de pobreza o la muerte del ascensor social, ya no tienen cabida. Vivimos en una arcadia con problemas nuevecitos y modernos, un feminismo cool y posmoderno que genera tantos lemas y términos nuevos como poco se ocupa de la raíz real de la desigualdad por sexos, un ecologismo de salón que ha convertido la urgencia en una película Disney sobre el Asperger, una educación donde el esfuerzo, la calidad y la igualdad de acceso o la dignificación del profesorado han pasado a un segundo plano de modo que se considera que son los padres los que deben "elegir" la educación de sus hijos, como el que va a una frutería (póngame 3 kilos de educación finlandesa).
Los problemas sociales, de clase, los que realmente siguen jodiendo nuestras vidas, han pasado de moda, las ideologías resultan anacrónicas, lo que es justo aburre. Todo debate social que no pueda salir en una sección de tendencias de una revista mass media no cala. La lucha contra la precariedad duró lo que unas europeas. La indignación, para seguir viva, necesita divertir y si algo se vuelve repetitivo, el espectáculo desaparece. Las injusticias se disuelven, como lo hizo Britney Spears, los pantalones de campana o la Guerra en Siria.
En esta realidad paralela, lo único que sabemos es que lo sabemos todo y por eso opinamos de todo. Las soluciones ya no importan mientras hayan miserables irresponsables que sigan creando debates con gancho, para tapar los dramas que de verdad asolan nuestras vidas. No tenemos ya políticos, sólo publicistas que dan al rebaño, lo que el rebaño les ha permitido dar. Ya no somos ciudadanos, para ellos somos un target. El lenguaje debe ser sencillo, la capacidad crítica es un anacronismo. Estamos sedientos de eslóganes, de campañas. Adoramos los problemas de usar y tirar.
Y además, ¿quién quiere una vida mejor pudiendo tener la razón?