Regeneración es una palabra que esta de moda. Hay que regenerar el medio ambiente, nuestro cutis, la democracia y para esto las empresas nos venden eucaliptos, cremas con nanoesferas de grafeno, políticos guaperas y príncipes preparaos. Da la impresión de que invocando la palabra nos vamos a librar de la corrupción y la pelotudez reinante, y volveremos al estado de cosas que imperaba en la era dorada de nuestra democracia, durante los años prósperos del gobierno eficiente y conciliador del Unicornio Rosa del Arcoíris.
Y el caso es que después de "preparao" la palabra "regeneración" es otra de las que debería levantar suspicacias cuando la dicen con tanta insistencia. Porque, a pesar de lo que pongan en los diccionarios, cuando la escuchamos no es raro que pensemos en el rabo de un lagarto. Si una lagartija pierde la cola sabemos que en un par de meses le crece otra cola parecida. Decimos entonces que la cola se ha regenerado. Eso es porque los apéndices que se regeneran lo hacen hasta llegar al punto en el que son como los que se perdieron, no van más allá, no son de una forma muy distinta al original. El reptil al regenerar la cola que perdió no la cambia por un aguijón o una aleta, tal suceso sería una mutación y podría ser parte de una evolución.
Ante la retórica regeneracionista hay que pensar si es buena idea transitar de nuevo por dónde hemos venido, porque nos están colando la regeneración con un discurso inquietantemente similar al del apoliticismo de toda la vida. Éste viene a decir que para que el país funcione bien debemos preocuparnos principalmente por la integridad y el buen hacer de los gestores de la cosa pública, puesto que esta cosa es la mejor cosa que se ha podido crear antes y en adelante. Me refiero a la cosa de ahora, aunque la cosa de antes fuera también defendida por los de antes como la defienden los de ahora. El problema de que la escalera de un bloque de pisos este siempre llena de bolsas de plástico, tierra y hojarasca sería un problema principalmente de gestión de personal, de buenos y malos vecinos, no tanto del diseño del arquitecto que, en este caso, hizo discurrir la escalera al aire libre por el exterior del edificio*.
Según el apoliticismo la estructura de nuestro régimen ya estaría finalizada y será capaz de aguantar indefinidamente mientras la sociedad se mantenga siempre igual ¿Y acaso no estamos continuamente reeditando los pantalones de campana y los zapatos con plataforma? Por supuesto es una estructura que, como todo, hay que ir reparando, cambiando las piezas que se desgastan por otras nuevas idénticas. Es necesario renovar, no tanto innovar, no vayamos a acabar rompiendo alguna cosa útil, como el senado o la monarquía. Pero si ciertas minorías extremistas deciden no estar a la última moda de los setenta y exigen innovaciones, la solución es dar una capita de pintura, para que parezca más nueva. Renovar lo que se ha diseñado mal no lo mejora pero, si no se quiere reformar, darle una mano de pintura siempre apaña un poco, por lo menos si miras la cosa desde lejos.
*El apolítico atacará el problema vendiendo a la comunidad de vecinos los servicios de su empresa de limpieza, que a su vez subcontratará a unos inmigrantes sin papeles. Un reformador por el contrario reformaría, cubriría la escalera, ahorrando a largo plazo más dinero y trabajo a la comunidad.
Esta entradilla se adaptó para el blog de @shindenfudo en su Diccionario de la Crisis elfarodelacolina.blogspot.com.es/2015/02/diccionario-de-la-crisis-rege