Todos somos polvo de estrellas.

Hace 10000 millones de años, una nube de gas procedente de la explosión de una supernova desperdigó sus materiales y, de parte de ellos, nació nuestro sol mientras el resto de planetas se fueron formando poco a poco por acrecimiento. La temperatura extrema de cada uno de estos nuevos cuerpos fue moldeando su superficie así como las innumerables colisiones que fueron padeciendo.

De repente unas moléculas se unieron para formar bicapas de fosfolípidos. No era vida pero esta bicapas fueron poco a poco uniéndose y disgregándose añadiendo a su estructura nuevo material. Pasaron millones de años y para entonces se había formado lo que parece ser el primer esbozo de vida: LUCA, al parecer una cianobacteria. Había nacido vida y todo gracias a esas moléculas de aquel polvo que formó el resto de componentes de nuestro sistema solar.

Conforme pasó el tiempo, la vida fue evolucionando. Con la muerte se esparcían moléculas para el surgir de nuevas formas de vida que, dicho de un modo menos poético, las engullían, las incorporaban a su estructura hasta que éstas morían y seguían el ciclo.

Aparecieron procariotas, eucariotas y con ello invertebrados y vertebrados y así hasta que apareció en último término el ser humano. Pero tuvieron que pasar aún mucho años para que finalmente naciese la obra cumbre. Algo que se opone a la segunda ley de la termodinámica y que desconcierta a los científicos. Una obra de la naturaleza que resulta difícil de explicar que pueda haberse formado a partir de esas moléculas de una estrella anterior y de todo lo que vino después. Moléculas que han pasado por piedras, plantas y otros seres vivos anteriormente. Podemos decir incluso que esas moléculas son afortunadas pues después de ese largo y eterno viaje forman parte ahora de la mayor obra jamás concebida por la naturaleza: Mariano Rajoy.