Con la crisis climática en ciernes y nuestro futuro amenazado por el calentamiento global, nos encontramos también en un momento de incertidumbre y de transición forzosa. Nada escapa al hecho de que el capitalismo salvaje y las industrias de las multinacionales están destrozando el equilibrio planetario, y cada vez más gente sale a la calle reclamando justicia para las nuevas generaciones y para el único hogar que conocemos.
En estas circunstancias nada escapa a la necesidad de un cambio de economía, ni siquiera la economía. Por ese motivo, en los últimos años ha empezado a popularizarse un término que alude a una nueva realidad financiera: la bioeconomía.
Estamos muy acostumbrados a fijarnos solo en la evolución financiera que compete a nuestras necesidades y a nuestras comodidades más básicas como individuos. Por ejemplo, la todavía reciente aparición de los créditos rápidos con ASNEF o generales, que se pueden solicitar sin esperas ni papeleos a través de una web.
Pero los cambios económicos del nuevo siglo XXI, como ya hemos dicho, van mucho más allá, y ese es el caso concreto de la bioeconomía. Definimos el término como aquel modelo económico que busca sustentarse sobre recursos biológicos renovables en todos los campos de la vida y la actividad humana.
Aunque es lógico que, al escuchar la palabra «renovables», nos vengan a la cabeza las energías en primer lugar.
Energías como la solar, la eólica o la hidráulica tienen que dejar de ser anecdóticas y minoritarias, tienen que atreverse a sustituir a los modelos de consumo energético actuales en todas sus esferas; desde la iluminación pública y privada, hasta la automoción, pues las emisiones nocivas de los vehículos son una de las principales causas de la contaminación atmosférica actual.
Dicho de otro modo, necesitamos consumir de manera que el planeta respire.
Eso implica afrontar cambios de hábitos y es inevitable. Sin embargo, no hay que asustarse pensando que gastaremos todavía más dinero o préstamos con ASNEF en las facturas de la luz. El cambio de paradigma, si se hace bien, apenas supondrá un impacto visible, mucho menos negativo, para nuestro día a día.