Sí, tres años de recopilar datos sobre cosmología, geología, biología, química, paleontología... cientos de artículos y varias docenas de libros. Y 30 años dedicado al estudio del "fenómeno humano" desde una perspectiva científica y - en ocasiones - filosófica.
La intención del libro - todo libro nace de una intención - es demostrar nuestra naturaleza de simios contingentes. Es decir; desde el comienzo mismo de universo las casualidades que hacen posible la existencia de nuestro universo tal y como lo conocemos son difíciles de creer. En ocasiones, bastaba una variación de 1 entre cien mil millones para hacer de nuestro cosmos un lugar inviable para la vida. Una y otra vez, se concatenan sucesos azarosos y del todo punto imprevisibles. No hay, en definitiva, un plan rector. Un diseño inteligente.
Pero tampoco es posible desde un punto de vista estadístico creer en la deriva extraordinaria de un único universo que hace posible la existencia de nuestro planeta y la generación del milagro de la inteligencia. Si estamos es porque debe haber una casi infinidad de universos, simultáneos o alternativos. Y en uno de ellos ha sido posible que yo - y usted - naciésemos.
En el libro recupero la posibilidad de que los dinosaurios, de no haberse extinguido, desarrollasen inteligencia. No es una teoría mía; la planteó hace décadas el gran Carl Sagan. En todo caso, la prueba definitiva de que somos contingentes es la existencia previa de otros humanos que, como nosotros, hablaban, dominaban el fuego, se adornaban y - posiblemente - tenían un sentimiento trascendente de la existencia. Humanos que acabaron extintos, sin descendencia alguna.
Si ellos murieron ¿Por qué no nosotros? ¿Acaso es verosímil que Dios nos haya hecho a su imagen y semejanza? ¿No tenían los neandertales un Dios que cuidase de ellos?
El final del libro lo dedico a elucubrar sobre los finales posibles que nos esperan. Afirmo, porque es una certeza, que sea como fuere la historia de la vida del cosmos no tiene buen final. La entropía es una cruel espada de Damocles con la que no caben atajos ni se puede hacer trampas. Hay un final, eso seguro.
He disfrutado escribiendo el libro. Lo he publicado en una plataforma que me permite compartirlo (no diré cual) y ahora me dedicaré a otros entretenimientos. Pero si consigo que alguien lo lea - lo cual me parecería todo un éxito - me doy por satisfecho. Ni les he dado pistas sobre el título ni pretendo publicitarlo. No es la intención de este artículo.
Pero sí les animo a que hagan lo mismo: que no dejen en el tintero reflexiones que nacen de muchos años de lectura entusiasta. Y no se preocupen si al principio nadie les lee. Alguien lo hará. De todos modos, como decía Borges, uno está más orgulloso de los libros que ha leído que de los que ha escrito.