La boina calada, maleta de cartón, cesto con gallinas, perdido entre los coches y los autobuses, sordo por las bocinas, apenas comprendía el funcionamiento de los semáforos. El inefable Paco Martínez Soria, recién llegado a Madrid, sorteaba el tráfico de la Glorieta de Atocha. Desesperado, después de muchas peripecias, llegó a una conclusión muy razonable: la ciudad no es para mí.